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El turno de los dinamiteros

Sábado, 1 de junio 2019, 05:00

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Con las elecciones y todo el chorreón de consecuencias que dan para ponerse a escribir y no parar, qué paliza, qué hartura, qué aburrimiento, qué asco..., apenas me llegan los ecos del acontecimiento de la semana: el XV Festival Internacional de las Artes de Castilla y León (Fàcyl), que empezó el miércoles y termina mañana, cinco días rompedores de rutinas, de lo mismo de siempre... que vienen a sacarnos de esa monotonía que amodorra y en la que tan a gusto nos encontramos sesteando al cobijo de nuestra propia sombra que para muchos es la mejor del mundo. Si no te metes en el trajín festivalero no te enteras pero, eso sí, como te metas no sales.

Oportunísimo este año, vamos, ni puesto adrede en el calendario, nos ha cuadrado el Fàcyl, en pleno follón postelectoral en el que andan metidos todos buscando la forma de sacar la mejor tajada posible del resultado; oportunísimo para desatufarnos de las abundantes y bien cocinadas dosis que nos han metido en vena de politiqueo local, provincial, autonómico, nacional y europeo, que nos han dejado exhaustos, dosis que a cuento de las negociaciones por los pactos para tratar de alcanzar lo que por las urnas no han conseguido, nos siguen metiendo sin miramientos. La política es eso, arrimarse al poder como sea, trincar, si no es posible todo, cuanto más mejor, y una vez conseguido amarrarlo bien y procurar no soltarlo. Pues en este juego no tan limpio ni tan ejemplarizante como debiera serlo, aunque sólo fuese por salvar las formas y guardar las apariencias, echan el tiempo, entretenimiento dinamitero que consiste en hacer estallar cualquier posibilidad de enmendar la situación creada tras las últimas votaciones respecto a las anteriores. Es una lucha sin cuartel que evidencia el semblante de la tropa y despeja la raíz de aquello que le motiva dando un espectáculo tristemente decepcionante.

A Napoleón se le atribuye esto que dice: Si quieres solucionar un problema, nombra un responsable [que en muchas ocasiones, siempre en las más trascendentales, era el propio Bonaparte quien asumía esa responsabilidad]; si quieres que el problema perdure, nombra una comisión. Pues en esas están los partidos, que a falta de responsables, nombran comisiones de expertos para negociar y sacar adelante el muerto que nadie quiere que resucite. ¿Arreglar España? No, con arreglar lo suyo tienen bastante, lo demás corre menos prisa y puede seguir esperando. Hay bastante que negociar y poco claro cómo y con quién hacerlo. El panorama los confunde, son muchas las ofertas, de unos y de otros, tantas como tentaciones, y la ambición les ciega.

Es el turno de los dinamiteros, responsables o comisionados expertos, da igual si la causa es la misma, dinamiteros al fin y al cabo, encargados de hacer volar por los aires expectativas, ilusiones, esperanzas, promesas, derechos... en aras a los intereses de unas siglas o de un personaje en concreto. ¿Le pongo nombre y apellidos al personaje o no hace falta? Pónganselo ustedes, seguro que acertarán. En este juego ni ustedes ni yo somos nadie. Desde el 27-M no existimos, nuestro momento ha pasado y no volverá hasta dentro de cuatro años. No obstante su importancia, nuestro protagonismo es efímero pero deja una larga, influyente y perdurable huella, aunque no siempre la mejor ni la más deseada.

Y mientras corremos el riesgo de que lo echen todo a perder con esta marrullería indecente que se traen entre manos a nuestra costa, ya que lo que resulte de ello en nosotros repercutirá, aprovechemos lo que todavía nos queda del Fàcyl, que tiene a la vieja Salamanca tan puesta al día que no hay quien la conozca, olvidemos nuestras contrariedades y las que nos esperan si esto acaba como algunos andan buscando, que para sufrirlas tiempo por delante tendremos de sobra.

Salamanca se adapta a todo, ofrece un escenario inigualable y allí, al amparo de las catedrales, lugar sublime, lo mismo vale para escuchar el funk metal de O’Funk’illo como el adagio de Albinoni, el violín de Malikian, la guitarra de Pepe Habichuela o la trompeta de Armstrong. La grandeza del entorno nivela a todos y los hace igualmente grandes a los sentidos. Acudan y escapen de ese día a día que les trae de cabeza. Vale la pena.

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