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No había nacido todavía Inés Arrimadas cuando Anne de Montarlot y Élisabeth Cadoche acotaron y pusieron nombre a esa particularidad de la autoestima femenina. Venían a decir que cuando una mujer falla en algo (no sé si es políticamente correcto decirlo, pero honestamente pienso que fallamos en igualdad con los hombres), tiende a dudar de su capacidad para afrontar la tarea. Mientras que, siguiendo con la teoría de las dos periodistas, cuando una mujer triunfa (y vuelvo a dudar de la corrección al dar por hecho que podemos acertar en igualdad con ellos, en lugar de anotar algún tipo de superioridad), tiende a pensar que la suerte ha tenido bastante que ver y vuelve a sentirse incapaz, reculando en su trayectoria. No estoy segura del rigor científico de este “síndrome de la impostora”, pero me pareció vislumbrarlo en la de orígenes en Salmoral cuando, después de obtener el mayor número de votos en Cataluña, con 36 escaños en 2017, reculó y no siguió liderando aquel movimiento civil que comenzaba a empoderarse frente a los separatistas.

Si bien lamenté aquel enroque, Inés me compensó después sobradamente con soberbias intervenciones parlamentarias. Recuerdo haber escrito un WhatsApp que decía “Arrimadas presidenta” después de escucharla defender verdades como panes, sorprendiéndome a mí misma por mostrar cierta confianza en que algún político se decante sin rubor del lado de la cordura, a pesar de los pesares partidistas. Nunca voté a Ciudadanos, pero disfruté de las tardes de gloria que Arrimadas nos brindó desde el Congreso de los Diputados, íntimamente convencida, cada uno tiene su debilidad, de que sus genes salmantinos estaban de alguna forma relacionados con su bravura.

Y en estas estábamos cuando Rivera pegó la espantada e Inés dio un paso indiscutiblemente femenino, aunque todavía no catalogado por la psicología ni por la autoayuda, un paso que las mujeres llevamos dando desde el inicio de los tiempos: pechó con el hijo político que habían engendrado juntos y que empezaba a dar los primeros disgustos, mientras el galán huía de su propio fracaso para “centrarse en su vida privada”. Esas fueron sus palabras. Arrimadas no pidió ser presidenta de Ciudadanos, sino que cargó con un partido ya en decadencia para evitar dejarlo por completo abandonado. Y asumió ese pesado lastre en un momento personal delicado y que requería de ella energía y dedicación. No dio un paso de poder sino más bien de sacrificio.

Lamentablemente, Ciudadanos ha fracasado a escala nacional en su propósito fundacional de servir de partido bisagra y en su objetivo de ocupar una posición que hasta su nacimiento utilizaban los partidos nacionalistas para obtener prebendas a cambio de los necesarios apoyos parlamentarios a unos y a otros, en esto la izquierda y la derecha han actuado siempre en régimen de igualdad. Los últimos y esperpénticos pasos de este partido dan al traste con aquello de decantarse del lado de la cordura política y embarran su reputación con los tejemanejes de despacho que tanto asquean al votante decente. Ahora toda esa suciedad amenaza con caer sobre la cabeza de Arrimadas, en la reunión que mantendrá hoy el comité ejecutivo del partido, en la que se pedirán cabezas. La brillante Arrimadas ha fallado, ha cometido un error de bulto, ha echado un borrón de los que malogran el cuaderno y ha decepcionado a propios y extraños al prestarse a una jugada sucia en la que, además, para nada se ha hablado de proyecto político o interés ciudadano, regida por el único principio de quítate tú para ponerme yo. Pero aun así lamentaría la desaparición de una figura de centro, de las que tan necesitada está la polarizada política española, sobre todo si es una figura con tanto talento como la de Arrimadas.

Lo que verdaderamente nos define no son nuestros éxitos ni nuestros fracasos, sino lo que hacemos con ellos. Y con los errores lo mejor que se puede hacer es aceptarlos, retractarse, y seguir adelante tras haber aprendido la lección. Lo peor es sucumbir al síndrome de dudar de la propia capacidad, en lugar de pisar firme en el fracaso para dar un primer paso en la dirección correcta. Arrimadas, en mi opinión, no es la única impostora de toda esta vergonzante historia y corre el peligro de caer en una espiral de errores que borre para siempre un sano proyecto político del mapa electoral español. En el error y en el fracaso también hay dignidad. En el Campo Charro sabemos, querida Inés, que el toro, cuanto más bravo, más se crece en el castigo.

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