Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Con esa piel de estadista al estilo Winston Churchill que le ha fabricado Iván Redondo, Pedro Sánchez nos deleita estos días con todo tipo de frases para la historia, bellos ejemplos de retórica de combate y alimento enlatado para insuflar ánimo en los corazones. El hombre hace lo que puede al leer esos guiones tan entusiastas, tan trascendentales y emotivos que le preparan en el ala Oeste de la Moncloa, pese a que no van en absoluto con su carácter chulesco. Pone cara de compungido, pero se le nota más preocupado por salir guapo en la tele que por cualquier otra cosa.

Entre tanto discurso de exaltación, ayer alguien de la factoría Redondo le coló algo parecido a una autocrítica. ¡Nosotros que creíamos que el Gobierno lo había hecho todo bien, que merecía un diez por cómo se ha enfrentado al coronavirus, y ahora resulta que puede haber alguna sombra, algún matiz, algo susceptible de corrección! Menos mal que fue un intento fallido que quedó en nada.

Visto lo cual, es nuestro deber acudir en socorro de los guionistas de Moncloa, que no encuentran argumentos para que el excelso Sánchez pueda ejercer la autocrítica. Porque él desea pedir perdón a los españoles, pero sus asesores no hallan materia.

Así que podemos darle un dato: somos el peor país del mundo en la gestión de la crisis del coronavirus. Teníamos a Italia por delante, pero ya estamos superando a Renzi y compañía. Vamos a remolque en todos los frentes y nuestra curva de propagación del virus ya se dibuja más pendiente hacia arriba que la de los trasalpinos. Y eso que aquí estamos tapando una buena parte de los contagios al contabilizar solo a aquellos a quienes se les hace la prueba y dan positivo, y como solo le hacemos la prueba a quienes están graves (un 20%), el día que le apliquemos el test a todos los que tienen síntomas, nos salimos del mapa de coordenadas.

Ya no vamos a sugerirle a Sánchez que debería pedir perdón por haber alentado la manifestación coronavírica del 8-M, o por haber retrasado al máximo el cierre de colegios o el estado de alarma, o por no haber recomendado el uso de mascarillas, o por no haber tenido la provisión de comprar o fabricar el material médico que ahora nos tienen que enviar los chinos... Para qué. Vamos a quedarnos con lo positivo, con el aliento y el ánimo que nos insuflan a diario sus encendidas alocuciones.

La situación por la que atraviesa España es tan grave que incluso vamos a tener que perdonarle, de momento, todos los errores, para rezar porque vaya acertando de aquí en adelante, aunque sea sin querer. Lo mismo debe pensar la oposición constitucionalista, que ayer le perdonó la vida y le mostró su apoyo “para cuanto necesite” a la hora de salvar al país de la hecatombe social y económica provocada por la pandemia. Pablo Casado se mordió la lengua, le tendió la mano y solo le sacó un par de tarjetas amarillas, en plan sugerencia: no sería malo rebajar los impuestos, tomar alguna medida que alivie el calvario de los autónomos... mire usted a ver.

Los alegatos de Sánchez desde que se ha vuelto ‘churchilliano’ son lo más parecido a los discursos del Rey. Ayer escuchamos a Felipe VI repetir algunas de las frases que ha leído sin convicción el presidente del Gobierno en estos últimos días. Con la diferencia de que ese papel le cuadra y lo interpreta a la perfección el monarca. Hay una diferencia sustancial entre el Rey cuando nos dice que «debemos unirnos en torno a un mismo objetivo, superar esta grave situación, y tenemos que hacerlo juntos; con serenidad y confianza, pero también con decisión» y cuando nos dice lo mismo Sánchez, que ni se ha ganado nuestra confianza, ni ha demostrado una pizca de decisión en los momentos clave, ni tiene claro que debamos superar la crisis todos los juntos. Por eso no manda la UME a Cataluña o el País Vasco. No hay comparación.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios