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Asusta también ese miedo al miedo. Al miedo de quien te trata de convencer de que sobre los zapatos que asoman detrás de la cortina se esconde un tipo con un hacha esperando a que te duermas. Al miedo de quien te jura que bajo la cama se esconden los monstruos.

El miedo a ese miedo que días atrás lanzaba en procesión a los vecinos del Barrio de Prosperidad, gritando consignas falsas, insolidarias y mezquinas, contra la llegada de unas cincuenta personas a un convento. Gente cuya única batalla en la vida es curarse de sus adicciones y tener la posibilidad de volver a vivir una vida digna y soportable tras la caída. Ese miedo que es capaz incluso de colocar a los niños en la cabecera de esa intransigente manifestación en vez de educarlos en la tolerancia, en la ayuda al débil y al enfermo, en la integración de esas personas que podríamos haber sido cualquiera de nosotros. O de ellos.

¿De dónde viene ese miedo? Le preguntaba el pasado domingo un compañero de redacción a Manuel Muiños, presidente del Proyecto Hombre. “No lo sé —responde—. No sé el porqué ni el para qué. Pero tengo claro que hay un para qué. Y algún día se sabrá”. Asusta el miedo al miedo, ya digo, como el porqué de ese miedo y el para qué que apunta Muiños. Asusta bastante más que atemoriza a estos vecinos desinformados la llegada de estos internos que ni siquiera podrán asomar solos a las calles del barrio, que sólo son gente que trata de hallar un espacio mínimamente cómodo en el que continuar su proceso de reinserción, de rehabilitación, de necesitar una mano amiga que les ayude a cambiar de vida en vez de esta lluvia de piedras que pretende enviarlos a curarse al bosque con los lobos.

Tal vez deberíamos contraprogramar entre todos otra manifestación contra ese miedo a los violadores y a los camellos que dicen que inundarán el barrio. O mejor dicho, contra quien les inyecta en vena interesadamente el miedo a base de mentiras, fanatismo, malicia. Esa otra droga dura cortada con ocultos y subterráneos intereses y que acaba volviéndonos terriblemente miserables contra nosotros mismos y contra nuestros semejantes, especialmente contra aquellos que más nos necesitan.

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