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Creo que ha sido en su penúltima comparecencia cuando Pedro Sánchez se ha puesto estupendo y ha dicho en tono de amenaza que “Europa se la juega”. Digo que creo que ha sido la penúltima porque pierdo ya la cuenta. Los monólogos del presidente me repiten, quizá porque falta la fibra del control periodístico o porque es muy fuerte la salsa de sufrimiento y cifras de fallecidos, que con cadencia sepulcral de telediario aliña ese trago de dolor, incertidumbre y fragilidad que estamos bebiendo a la fuerza. Mi lealtad, señor presidente, no me impide ver que su equipo le ha escrito esta vez el discurso plagiando el de Giuseppe Conte, el primer ministro italiano, que también ha sugerido que Europa “podría perder su razón de ser” si no se hace cargo de la ingente recesión económica que seguirá al confinamiento de toda una economía.

Están los dos irritados porque conectaron por videoconferencia con Bruselas para pedir eurobonos y recibieron un no por respuesta. Y no es no, algo que para dos jefes de gobierno dispuestos a todo por llegar al poder, aún al precio apoyarse en partidos populistas, uno de extrema derecha y otro de extrema izquierda, supera su chato umbral de frustración y da lugar a la pataleta.

Los eurobonos son un instrumento que los países periféricos y endeudados de la UE llevan pidiendo crisis tras crisis. Consistiría en que Sánchez e Iglesias, en este caso, podrían emitir alegremente deuda para legislar y financiar todo lo que se les ocurra y sin responsabilidad alguna. Vayan martes sociales clientelares y vuelvan ollas. Que levante la mano el que esté dispuesto a mutualizar su deuda con ellos. ¿Cuál es el lector que firmaría un crédito conjuntamente con este gobierno, poniendo su casa como garantía y sabiendo que lo que gaste el consejo de ministros lo deberá también quien estampó la firma? ¡Pues eso!

Y si se ponen gallitos, habrá países europeos que den palmas ante la posibilidad de librarse por fin del lastre. De todos los escenarios posibles que podamos imaginar para el día después del coronavirus, y no duden ustedes de que ese día llegará, el peor es una España de espaldas a la UE. ¿Han viajado ustedes alguna vez a Marruecos? ¡Pues eso!

En lugar de andar buscando a quién endosarle la factura de esta crisis, que va a ser pantagruélica tanto en términos humanos como económicos, España debería estar ya trabajando en el día después. Vaya por delante que el gobierno no tiene capacidad para liderar esta inesperada situación e injusto sería pedir al que no puede dar. No queda otra que apretar los dientes y esperar a que finalmente se aclaren con lo de las mascarillas y los respiradores, sin hacer sangre, mientras siguen lloviendo muertos. Quizá convenga, eso sí, dedicar algún rato de confinamiento a reflexionar sobre para qué elegimos un gobierno cuando votamos, si para gestionar crisis reales con profesionalidad y tirando de buenos contactos europeos o para que nos cambien los artículos determinados de la gramática popular. Todavía no he escuchado a ningún ministro referirse a “las muertas y los muertos”. Pero el grueso de nuestras neuronas y de nuestra energía, debemos enfocarlos a ese día después, en el que además de darnos un paseo y correr a abrazar a los nuestros, tendremos que seguir ganándonos la vida. Y Europa ya está puliendo herramientas como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), con 410.000 millones de euros del que podemos recabar hasta el 2% de nuestro Producto Interior Bruto. Pero claro, con condiciones, no como carta blanca para gobiernos populistas. O un programa dentro del MEDE, una línea de crédito COVID, tan eficaz como los bonos conjuntos y de efecto inmediato. La comisión Europea está a punto, además, de presentar modificaciones en los presupuestos, con “un plan de reactivación que garantizará la cohesión dentro de la Unión a través de la solidaridad y la responsabilidad”. Y siempre queda la opción de saltarse temporalmente el objetivo del déficit público del 3% del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, lo que hizo Alemania durante su crisis. Pero sobre todo será necesario un proyecto nacional para empezar de nuevo, para volver a reanimar una economía sin latido. Manos a la obra.

Y esto no quiere decir que los eurobonos no tengan que llegar. Llegarán en cuanto la UE nos perciba como un socio fiable, con el que merece la pena enlazar su futuro. No está tan lejos. Ya nos miran con admiración. Las televisiones europeas informan sobre nuestros aplausos, sobre el heroísmo de nuestros sanitarios, sobre la disciplina de nuestros jóvenes confinados. Nos ponen como ejemplo. Si los eurobonos los tuviesen que firmar con nosotros, y no con nuestros gobiernos, no resultaría tan complicado.

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