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Fue que Dabid Muñoz –con b, como él suele escribirse– publicara en redes que se había comido un cochinillo asado crujiente, jugoso y de grasita fundente, y saltó la polémica. Los talibanes antiespecistas no descansan y andan a todas horas husmeando la red, como hurones famélicos, para saltar sobre todo aquel que se atreva a presumir de haberse llevado algún animalito a la boca. Y si el que lo hace tiene además tres estrellas Michelín, pues mejor; así hace más eco la noticia. Afortunadamente el chef de Diverxo no se dejó intimidar por esta tribu de libertadores de las especies tan ultrajante y sacrificada y, al día siguiente de haber puesto en la parrilla el tierno maimón, dispuso un espectacular rodaballo turgente y graso sobre las brasas. ¿Provocación? No, sencillamente cocina para alimentarse, algo que hace el género humano desde el principio de los tiempos, aunque ahora esto quiera mirarse como una crueldad sanguinaria impropia de la humanidad. Caminamos hacia una sinrazón a la que habrá que ir poniendo ley. La misma ley que hubo de poner un juez ante las deficiencias de desarrollo de un bebé al que su madre, vegana, sometió a su estricta dieta. Fue al pediatra porque el niño no oía bien, no veía bien, no arrancaba a gatear... El juez obligó a la ¿buena señora? a alimentar a la criatura correctamente o, de lo contrario, se la quitarían. Pero aun así, el despotismo antiespecista continúa firme en sus propósitos. Y cohíbe, insulta, asalta y ataca sin ton ni son, dentro de una impunidad que sorprende, abochorna, desprecia y desdignifica al ser humano.

Para quien no lo sepa, de la receta del cochinillo asado ya habló Confucio en el siglo V a.C. Un fuego en la choza del porquero Ho-ti dejó entre las cenizas unos lechoncitos a punto de paladar. Lo cuenta Charles Lamb en un librito titulado “Una disertación sobre el cochinillo asado”. Princeps obsoniorum –príncipe de las viandas-, dijo de tal delicatessen Míster Lamb. El de Diverxo ha dicho además que es “una p... gozada”. Pues eso.

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