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Siempre se ha calificado a Salamanca como un cementerio de elefantes. Una ciudad atractiva para terminar la carrera funcionarial. Un lugar con encanto para jubilarse, a pesar de que la playa está a tres horas en coche.

De no ser por los universitarios y los turistas, el paisaje de la capital del Tormes se asemejaría cada vez más a un pueblo grande. Mucha tranquilidad y tardes de paseo.

El problema es que caminemos cada vez más hacia esa situación. Ayer este periódico publicaba un dato cuando menos preocupante que dibujaba a la perfección cómo es la sociedad en la que vivimos. Los jóvenes de entre 26 y 35 años cobran en Salamanca un salario mensual menor que el de un jubilado en casi cien euros. Es decir, una persona en edad de hacer planes para formar una familia, de adquirir una vivienda en la que hacerla crecer, de dar lo mejor de sí mismo en un puesto de trabajo tiene unos ingresos menores que el jubilado que ya tiene su vida resuelta.

Bien es cierto que los mayores perciben unas retribuciones acordes a lo que han trabajado durante su vida laboral. Y que, sin duda, las merecen. Sus pensiones forman parte de un pacto sellado entre los ciudadanos y el Estado. Pero ese trato se ve a todas luces imposible de cumplir a medio plazo. Con una deuda galopante, todos los expertos aseguran que no va a haber para pagar las pensiones del futuro, sobre todo, las de la generación del “baby boom”.

Por eso, no deja de ser llamativo que, en estos momentos, cuando uno se jubila lo que cobra de pensión media es casi lo mismo que ganaba en su vida laboral. Y no solo eso. El Gobierno ya ha anunciado que pretende subir las pensiones un 8,5% el año que viene, curiosamente con unas elecciones municipales sobre la mesa.

Los analistas aseguran que la estructura productiva de Salamanca impide que los sueldos de los trabajadores sean más generosos. Aquí apenas hay industria, un sector con retribuciones mucho más elevadas que el sector primario o el de los servicios. De hecho, una de las razones por las que muchos de los jubilados que viven en la provincia cobran más que los trabajadores en activo es porque en su día emigraron a regiones como el País Vasco donde precisamente trabajaron en la industria y ahora han regresado a sus pueblos de origen con una pensión más que decente.

No parece que esta situación sea demasiado sostenible. Y tampoco tiene demasiado sentido. Precisamente, esos jóvenes con sus exiguos sueldos están sacrificándose y cotizan todos los meses para pagar las pensiones de personas que ya no necesitan tanto para poder vivir.

Comprendo que es un asunto muy peliagudo de tratar. Pero para eso pagamos a nuestros políticos, para que cojan el toro por los cuernos y adopten las decisiones más encaminadas hacia el bien común. Y en este caso, no parece de recibo que se produzcan situaciones como la descrita.

Quizá no sea un problema de pensiones, sino de salarios bajos. Aunque, sin duda, todo está relacionado.

Leía que en los últimos diez años Castilla y León ha perdido 15.000 autónomos. Decían que esta merma se debía a la falta de relevo generacional y al incremento de la despoblación rural. Y no me cabe duda de que también sucede porque las políticas de empleo y de industrialización que se están llevando a cabo en la comunidad autónoma y en Salamanca no terminan de dar los resultados apetecidos.

A este paso nos vamos a convertir en una Benidorm de la Meseta. Y no creo que sea el espejo en el que nos gustaría vernos de aquí a unos años.

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