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Dos pasiones, dos

Miércoles, 10 de abril 2019, 05:00

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Si el umbral de la Semana Santa lo marca el Pregón, ese umbral lo pasamos ayer, de ello se encargó Abraham Coco, el pregonero de este año, sumándose a la larga lista de quienes le precedieron en este alto honor. Aún no se han apagado del todo los acordes del Miserere de Doyagüe, que el domingo (un día bastante musical, con un concierto casi paralelo, atractivo y excelente, como todos, de la Joven Orquesta Sinfónica en el CAEM) volvieron un año más a escucharse en la Catedral Vieja, Miserere que comienza a considerarse como el imprescindible anuncio de todo aquello que el Miércoles de Ceniza puso en marcha y la Cuaresma ha venido acelerando sin parar hasta hoy mismo, lo que significa que nos encontramos en la antesala de este gran acontecimiento de heredada tradición religiosa, a veces indescriptible, lleno de arte y de belleza estética, de sentimientos no siempre fáciles de comprender y de contrastes entre la realidad y la apariencia, entre la fe y la idolatría, que de todo hay y se ve y se oye durante estos días intensos que ya los tenemos al alcance de los sentidos, tan cerca, que se oyen sus primeros ecos.

Con la Semana Santa, nos metemos también en campaña electoral, que en esta ocasión coinciden de lleno, y lo hace con la murga que nos vienen dando desde muchísimo tiempo atrás. Llevamos una temporada larga que no paran y lo que empieza ahora es la continuación de lo que hemos venido aguantando antes, pero aumentado en dosis que pueden resultar insoportables... por la hartura. Habrá momentos de confusión en los que no se sabrá si estamos en Semana Santa o en campaña, feliz coincidencia, tal vez, sea esta por la posibilidad de que el ruido semanasantero se meta por medio y le ponga sordina durante unos días a la tabarra mitinera que nos espera. Pero, eso sí, con quienes estén dispuestos a “semanasantear” a su manera y costumbre, bien moviéndose sin parar entre procesiones o tomando las de Villadiego, que es una manera de quitarse del medio, de huir y de olvidarse de un mundanal ruido para meterse en otro quizá más ruidoso todavía, que no cuenten los feriantes de vanidades con sus pregones de siempre.

Y por si fuese poco, a la Semana Santa y a la campaña electoral se les suman las anunciadas huelgas (por separado) de pilotos de una sola compañía y de personal de tierra de todos los aeropuertos españoles, que era lo que le faltaba al programa de celebraciones para redondear la fiesta. Se esperan para estos días, según datos de Aena, más de cinco millones de viajeros y no menos de 32.000 vuelos, por lo que el caos estará adecuadamente servido. No hay manera de tener ninguna fiesta en paz, por unas u otras razones, cuando no son unos son otros, y entre todos nos las acaban siempre aguando.

Pues aquí estamos, antevíspera de la campaña, con que abróchense los cinturones porque el aterrizaje se barrunta movido.

Dos pasiones, dos, la religiosa y la política, cada una por su lado, pero tan cercanas ambas, no obstante ser tan distintas, que muchos las confunden, se ofuscan y acaban por convertir la religión en política y la política en religión. Dos pasiones que coinciden y vienen a ocupar a la vez nuestro tiempo, que es tanto como decir hacerlo suyo, acaparándolo, dejando sin nada a lo demás. Pues esta va a ser nuestra penitencia, así que ya sabemos a qué atenernos, sobre todo a la hora de inclinarnos por una u otra. En la Semana Santa lo religioso siempre tira más que lo político, en estas circunstancias y en todas, aunque lo religioso sea un decir, porque en estos días se mueve tanto y tan variopinto en torno al acontecimiento que lo religioso es solo una parte, para los creyentes fundamental, para los no creyentes accesoria, y para todos una circunstancia que les empuja a participar en las celebraciones, cosa que cada cual hace de la manera que les pide el cuerpo o les conduce el alma conforme a sus aficiones o creencias.

La Semana Santa sabemos cuánto da de sí, pero no la campaña. ¿Servirá ésta para algo? Dicen las encuestas que un 30 por ciento de los españoles siguen a estas alturas sin saber a quién votar. Tal vez sí, tal vez no, porque una cosa es lo que se dice y otra es lo que se piensa. Pues a esto hemos llegado. De las encuestas no sé qué opinar, perturban y acojonan más que orientan, pesando su capacidad de persuasión en el ánimo más que en cualquier otro condicionante, imponiéndose el voto del miedo, al que en las circunstancias actuales le sobran argumentos.

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