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Sólo hay dos noticias que durante estas últimas semanas han conseguido hacerse hueco en la monográfica agenda catalana del presidente del Gobierno. Una, muy a su pesar, el encuentro a lo “13, Rúa del Percebe” entre el ministro Ábalos y la ya archifamosa Delcy. Y la otra, también para sufrimiento de Moncloa, las mediáticas protestas de los agricultores, que preocupan hasta el punto de que el presidente Sánchez, alérgico a la PAC, fuera a Bruselas para mostrar a los agricultores que él les quiere y que los malos son los supermercados. Lo tiene difícil.

Los agricultores y ganaderos saben que ahora no pueden parar porque nunca habían conseguido semejante apoyo social a pesar de que jamás habían sido menos. ¿Y por qué le preocupan tanto los agricultores al Gobierno? Pues porque la sociedad está con ellos y el malestar de los distintos sectores puede canalizarse a través de su protesta, como ocurrió con los “chalecos amarillos” en Francia. Los agricultores se quejan de los precios, igual que hace 10 años, pero han conseguido apoyo social porque están siendo criminalizados por los medioambientalistas, ninguneados por el Gobierno en cuestiones como el etiquetado o con el mercadeo que pretende hacerse de la PAC. Pero es que también les perjudican los aranceles de Donald Trump, que son consecuencia de la guerra comercial aérea pero también del abrazo de España a Venezuela, y la subida del salario mínimo profesional, ocurrencia que perjudica a los más desfavorecidos de cada sector. Ocurre que en España cada vez hay más gente harta, que lo pasa mal, y las protestas de los agricultores pueden convertirse en el camino abierto para otros descontentos.

También por este miedo el propio presidente del Gobierno desvió la culpa hacia los supermercados –a pesar de que menos del 8% de la producción agraria los tienen como destino final y de que sus márgenes no llegan al 3% porque su ganancia está en la comercialización de grandes cantidades-. Y también por este motivo el ministro Luis Planas incluye siempre en cada intervención que el salario mínimo interprofesional no tiene nada que ver con las protestas del campo, aunque no se lo crea ni él. Moncloa no quiere “chalecos amarillos” en España y el apoyo social convierte ahora mismo en poderosos a los agricultores y ganaderos. Pero sólo en promesas porque mientras el Gobierno marea con reuniones con la gran distribuidora y enreda con mesas, igual que hace 5, 10 y 15 años, el presidente del Gobierno regala millones a Cataluña, trata al condenado Torra como a un jefe de Estado y, por si en el resto de España no tuviéramos suficiente, se rebaja a reunirse con la presidenta de la Diputación de Barcelona y también, cómo no, con la alcaldesa de esta ciudad, con la que ha iniciado una campaña de contrapeso a Madrid. El resto de presidentes autonómicos tienen prácticamente imposible que Sánchez encuentre un hueco en su agenda para ellos más allá de los 15 minutos de cortesía y, en cambio, se ven obligados a soportar esta triple humillación. Antes cualquier autoridad catalana, sea del rango que sea, que la de ningún otro punto de España. Antes solucionar el apoyo independentista y proetarra a los presupuestos que defender de verdad a los agricultores y ganaderos, a pesar de que firman con su esfuerzo la alimentación de calidad de España. Eso ahora no importa y la indignación desde todos los puntos de España crece por el mezquino trato de favor del Gobierno hacia Cataluña.

Ahora mismo el poder lo tienen esos agricultores y ganaderos que defienden vivir de su trabajo y Moncloa lo sabe. Si Pedro Sánchez apaga el fuego -culpando por ejemplo a los supermercados, como hace y con promesas de reuniones que duerman las protestas- será muy difícil que reviva y se acabará el riesgo de “chalecos amarillos”.

Decía Rodríguez Ibarra en relación a la pedigüeña Cataluña que “tener dos lenguas no significa tener dos bocas”. Se equivocaba y a la vista está. Unos tienen dos y bien abiertas y el resto, una y bajo amenaza de cierre.

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