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TRAS el último partido de la liga francesa en el Parque de los Príncipes, Ander Herrera, uno de esos futbolistas españoles que han terminado recalando en el París Saint Germain, intentaba colarnos la preciosa idea de que en la decisión de su compañero Kylian Mbappé por renovar contrato por el conjunto francés debían haber pesado otras circunstancias distintas al dinero puesto que no debe haber gran diferencia entre ganar mucho y ganar muchísimo.

Se entienden perfectamente las declaraciones del futbolista español intentando salvar el culo y la reputación de su multimillonario colega de vestuario pero cuesta mucho creer, sin embargo, que un jugador que venía desde hace años expresando de mil modos distintos el sueño de fichar por el equipo del que desde niño era fanático y al que incluso había dado su palabra de firmar contrato para las próximas temporadas, de pronto comience a dudar y a pensárselo mejor por un motivo que excluya la visión de las extraordinarias montañas de dinero que el gran emir de Qatar, echando todo el resto y el orgullo en la operación, ha acabado colocándole delante de las pupilas hasta nublar la mirada del futbolista, de su madre, que parece que gobierna su vida, y de toda esa troup que salta feliz besando el escudo del venturoso dólar catarí.

Recupera el fútbol y el mundo en general, de esta forma su natural predisposición a primar el interés pecuniario y materialista, desechando la felicidad espiritual del muchacho que sueña y corre tras un balón en el palacio de sus sueños celebrando la magia de sentirse libre y recupera de paso también el arma mortífera de la traición como modo de desenvolverse con naturalidad en un mundo tan feo y arisco como el actual.

Así que sí, amigos, por mucho que la diva Chanel ascienda por la lista de los 40 Principales, contoneándose con mucha sensualidad sobre el escenario mientras canta “si tengo un problema nunca es monetary”, aquí llega de nuevo el viejo y adusto Paco Ibáñez, vestido de negro y armado con su austera y pícara guitarra de palo, dándonos a todos un buen baño de realidad y exquisita poesía del siglo de oro, nada menos que firmada por el gran Francisco de Quevedo: “Poderoso caballero es don don din don es Dinero”.

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