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Me llama mi amigo Daniel para comentar la nueva prórroga del estado de alarma arañada ayer in extremis por Sánchez. Los dos estamos en contra de seguir con esta medida de “venezuelización” de España, pues los dos sabemos que gran parte del país está, estamos, en la antesala del desolladero social y económico, no tanto por culpa de la crisis sanitaria causada por el virus chino, como por culpa de la mala y, sobre todo pérfida, gestión del Gobierno socialista-comunista que tenemos la desgracia -y la vergüenza- de sufrir.

Daniel habla de la necesidad de sacar este (des)Gobierno del poder más pronto que tarde, estando como estamos ya en el umbral de la ruina y el desvarío absolutos, aunque le preocupa que la gente (la masa adocenada, los “couch potatoes” españoles), se olvide de lo que está ocurriendo cuando llegue la hora de botar, perdón, votar. Y ante mi tesis de ¡Cómo es posible que haya quienes aún no se bajen del burro!, remata su teoría, reconozco que la mejor definición de la inconsciencia del español medio: la gente se toma dos cañas y ya no se acuerda de lo que ocurrió. La semana pasada, otra amiga defendía por mensaje lo mismo: “La gente no aprende, querido. Nada. Ni aprende ni cambia”. Uuuffff... Y aunque no me queda otra (la realidad, la cruda realidad) que darles a ambos la razón, no puedo aceptar que El Mal se haga con el control de nuestras vidas, de nuestras obras, de nuestros destinos, que es lo único que pretende el tándem Sánchez-Iglesias y la caterva de indocumentados y analfabetos que les sostienen, incluida la única persona que, de ese “grupo salvaje” (gracias Sam Peckinpah), es “normal”; aunque su normalidad no supere lo indigno de sentarse a una mesa con esos señores y señoras. Sincerely yours, no te entiendo Margarita.

Por lo tanto, desde los pocos, poquísimos medios que mantenemos la independencia y la libertad (bien hoy escaso), tenemos la obligación -escribir no es jugar- de hacer que dos cañas no nos hagan olvidar ni a los muertos ni a las víctimas, que somos todos.

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