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A CABO de enterarme de que llevo toda mi vida viviendo en “zonas de mercado tensionado”, porque si sumas lo que siempre he pagado por la casa, sumado a los gastos de suministros básicos, la factura ha superado sin excepción el 30% de mis ingresos. Al final, parece que la nueva ley de Vivienda sirve solo para eso, para bautizar situaciones existentes y amagar con ocuparse del asunto, aunque en realidad deja el mercado a su aire hasta la próxima legislatura, que seguramente es lo menos malo.

No tengo tiempo de hacer el chiste fácil sobre la ministra Belarra contraprogramando a la de Transporte, en una cómica competición por ver quién gana protagonismo en la autoría de un proyecto perfectamente prescindible.

Navego a toda velocidad por Internet para averiguar qué pasa con la reforma laboral, en la que a mi entender nos jugamos mucho, nosotros y nuestros hijos, pero mi carrera es en vano. El asunto sigue empantanado en un pulso entre los socios de gobierno. Quizá sea mejor así. En términos de la actual coalición de gobierno, pasa como con Mies Van der Rohe: menos, es más.

¿Y lo de las plusvalías? Me salta en la pantalla del ordenador el titular según el cual el Constitucional tumba varios artículos del impuesto. Desde 2017, la regulación se viene viendo alterada por sucesivas sentencias tanto del Constitucional como del Supremo, sin que el ejecutivo haya tomado cartas en el asunto para poner orden legal. ¿Orden legal? Se trata sin duda de un bien escaso en estos días, en los que no sabe uno a qué atenerse. ¿Vender o no vender? ¿Alquilar o no alquilar? ¿Encender la luz de la concina o quedarse a oscuras? La vida de Hamlet se me antoja un retiro cisterciense en comparación con la adrenalina que segrega el desorden legal en el que nos tiene sumidos este gobierno. Nos han vuelto a poner patas arriba el recibo de la luz, por cierto, ahora que por fin nos habíamos organizado. Si desde la Administración se recomendaba poner la lavadora de madrugada para coincidir con las horas más baratas de suministro, ahora resulta que lo mejor es hacerlo después de comer. Ni la digestión nos permiten hacer en paz. La incertidumbre legal se sitúa en las antípodas de la estabilidad, base de la prosperidad, pero también de la salud. Hemos pasado del café para todos del 78 a los antiespasmódicos para todos que terminará recetando a este paso la Seguridad Social. No nos da la vida. Y no veo la necesidad, porque cualquiera es capaz de entender que se trata de construir más viviendas, facilitar la creación de empleo y rebajar los impuestos. Con el mayor orden posible. ¿Qué parte no entienden?

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