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Un Gobierno puede salir fortalecido de una crisis si sabe gestionarla con tino o puede salir chamuscado si fracasa a la hora de afrontarla y se hunde en el desconcierto. La epidemia de coronavirus es un ejemplo de la segunda posibilidad: lleva camino de convertirse en la fosa del Ejecutivo socialcomunista, cuya debilidad, falta de coherencia y capacidad para producir insomnio a los españoles se está confirmando a medida que avanza la enfermedad.

Ante una emergencia sanitaria como la que nos azota lo mínimo que se espera de quien rige nuestros destinos es que actúe con una sola voz y lance mensajes claros y terminantes. El Gobierno de Pedro Sánchez comenzó actuando de forma sensata, mezclando la prudencia y la serenidad con mínimas recomendaciones para no alarmar a la población, pero en cuanto las cifras de afectados han ido subiendo, el grado de descoordinación entre ministerios ha acabado por ofrecer una imagen de descontrol e improvisación.

Hay que reconocer la dificultad inherente a la búsqueda de una estrategia frente a una epidemia sobre cuya gravedad y métodos de combate no existe consenso científico ni político. Por tanto no podemos exigir al Ejecutivo sanchista que acierte con las iniciativas más adecuadas para evitar tanto la propagación del virus como el pánico o el daño irreparable a la economía. De hecho, ahora mismo no sabemos si está acertando algún país entre los muchos afectados. Lo que sí debemos exigir a nuestro Gobierno es que se aclare, que proponga medidas fáciles de interpretar y que no queden al albur de los afectados, que tenga planes de contingencia y los dé a conocer, que pase de las recomendaciones a las obligaciones y que su gestión responda al convencimiento y la determinación y no a las ocurrencias de cada momento.

Tanto el ministro Salvador Illa como su director de Alertas y Emergencias, Fernando Simón, han pecado de melifluos durante las últimas semanas, con tanta contención. Les han atropellado los contagios y van a acabar anunciando, tarde y mal, las prohibiciones que se negaron a aplicar cuando se veía venir la explosión de casos.

Pero lo peor del espectáculo circense de este Gobierno de partición, al que solo unen las ambiciones desmedidas de los dos ‘machos alfa’ del PSOE y Podemos, es la imagen de desmadre, de sálvase quien pueda, que transmite. Que una ministra del sector bolivariano se arrogue las competencias para lanzar un manual de comportamiento ante el coronavirus para las empresas y a las pocas horas salga la portavoz del Gobierno a desautorizarla al decir que la gestión la lleva Sanidad no invita a la tranquilidad. Y que la ministra podemita Yolanda Díaz insista después en que si hay que tomar medidas las negociará con patronal y sindicatos, para acabar rematando con la afirmación de que en España “no hay trabajadores en cuarentena”, cuando tenemos dos plantas del hospital de Galdácano, es para echarse a temblar.

Si el coronavirus puede cavar la tumba de Pedro Sánchez es porque, por un lado, está agravando las fuertes tensiones entre sus ministros y los de Pablo Iglesias, muy tensas a cuenta de la Ley de Libertad Sexual, las devoluciones en caliente, el caso Couso y desde ayer a cuenta de la investigación que exige Podemos al rey Juan Carlos por el ‘donativo’ de 65 millones a su ‘amiga’ Corinna. Y por otro lado, porque el virus puede dar al traste con las optimistas previsiones presupuestarias del Gobierno sanchista en cuanto a ingresos, empleo e inversiones. El COVID-19 puede provocar daños muy graves a la economía y las cuentas de Sánchez no van cuadrar: no le va a dar para pagar los chantajes a los que le han sometido y le van a seguir sometiendo los golpistas catalanes y los separatistas vascos entre otros. Si no hay pasta para los nacionalistas, no le aprobarán los presupuestos y el bloqueo puede reventar la legislatura.

Sería un desastre. Sánchez vería correr peligro su ilusión de seguir durmiendo en La Moncloa e Iglesias las pasaría canutas para pagar el casoplón de Villatinaja. Terrible.

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