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Ya está. Franco reposa junto a su esposa, tan querida por los joyeros y anticuarios, que huían de ella como de la peste, sin que su ausencia de Cuelgamuros, Valle de los Caídos, haya provocado la caída de la cruz que domina el paisaje y el resto del recinto. Tampoco se nos vino abajo la Plaza Mayor cuando en junio de 2017 se retiró su medallón, que abría la secuencia monárquica de la Plaza Mayor; al fin y al cabo, era un monárquico convencido, pero él no lo sabía. Nada ha pasado con el salón de plenos del edificio consistorial tras borrar su perfil medallero del mural de Melero (perdón por la rima), espacio en el que reside la soberanía municipal y democrática del pueblo salmantino. Los apocalípticos y agoreros están de capa caída. Ya antes, la llegada de la democracia limpió el callejero de Generalísimos, Caudillos, José Antonios, Sanjurjos, Molas, Mártires de Toledo, Héroes de Brunete y compañía; una limpieza que continuó con la Ley de Memoria Histórica, y que probablemente no haya finalizado. Franco, los suyos y lo suyo, tienen espacio en los libros de Historia, pero no en el de los homenajes.

La Historia, que recuerda aquel aeródromo de San Fernando, en Matilla de los Caños, donde pocos meses después del golpe del 18 de julio, Franco quedó encumbrado a la máxima jefatura del ejército. Se alzó en él una capilla años después para conmemorarlo, diseño de Eduardo Lozano Lardet, pero las reliquias de aquel escenario andan hoy por Cuatro Vientos. La Historia sitúa en el Palacio del Obispo el cuartel general en los días salmantinos de la familia Franco Polo, días recordados hoy, en el cine, por Amenábar y en los que tuvo protagonismo Unamuno, como le contaron a Pedro Sánchez el miércoles en su casa-museo. Luego vinieron el honoris causa y las medallas institucionales, o las visitas a las obras hidráulicas, que llegaron hasta cinco años antes de su muerte. Historia. Está en los libros y en los Nodos, relatada con la inolvidable voz de Matías Prats Cañete. Un salmantino, Basilio Martín Patino, le hizo protagonista de “Caudillo”, revisable en estas horas, como los libros de Santos Juliá, o la anécdota relatada mil veces por Luis Carandell de aquel fenómeno que homenajeó a Franco en la catedral salmantina con un vítor que le llamaba “miles gloriosus”, o sea, soldado fanfarrón, título de una obra de Plauto. Aquel “miles gloriosus” estuvo a la vista de promociones de estudiantes de Derecho, Filosofía y Letras, o canónigos, hasta que la intemperie la borró. Una lástima. El último Franco que vimos por aquí se llama Santi Priego, actor de Amenábar, y lo ha bordado; en la película, cuando aparece de perfil es como el Caudillo de los duros de entonces. Antes que él, más de media docena de actores se han metido en la figura, como Echanove, Manuel Alexandre, Juan Diego o Carlos Areces, incluso un argentino, José Soriano, le ha interpretado.

Esta tarde tendremos oportunidad de escuchar a Severiano Delgado, buen conocedor de nuestra historia contemporánea. Presenta en la librería corsaria su libro de Unamuno “Arqueología de un mito”, en el que analiza la evolución política y personal, del filósofo, profesor y escritor, y su actividad y activismo en la vida pública salmantina. Cita imprescindible en estas horas. Es predecible imaginar lo que diría don Miguel de la exhumación; otra cosa es imaginar cómo lo expresaría. En fin, ya está; Franco ha dejado Cuelgamuros y ha establecido su nuevo domicilio más cerca de su inolvidable palacio en el Monte del Pardo.

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