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La cuestión de si el Gobierno indulta o no a los delincuentes del “procés” ha generado su buena polémica. No podía ser de otra forma, habida cuenta de las sensibilidades que el asunto despierta en la sociedad española en su conjunto y no digamos en la catalana en particular. Que los condenados cometieron un delito flagrante, está fuera de toda duda; que fueron juzgados con todas las garantías, también; que el Gobierno, previos informes preceptivos, puede otorgar el indulto, no tiene discusión. Hasta ahí no creo que haya reparo alguno desde el punto de vista puramente legal. Otra cosa es el cúmulo de circunstancias, no sé si extrajudiciales, pero sí de fuerte componente político, que se ventilan y singularizan este caso concreto. Los cuestionamientos en uno y otro sentido no se producen en agraz, sino que están suficientemente maduros y en sazón. A partir de ahí, las opiniones vertidas por políticos de todo signo y por tertulianos del más diverso jaez satisfacen a los propios y sulfuran a los extraños.

Resulta curioso seguir los espacios opinativos en los medios y comprobar con qué claridad se perciben las inclinaciones, instrucciones y argumentarios previamente enviados por las cabezas pensantes de los partidos --no siempre bien digeridos por los “creadores de opinión”-- que, como quien más y quien menos, arrima su ascua donde puede o donde le ordenan. Lo que un opinador sostiene y defiende con ardor, el otro se lo pasa por la arcada de la complacencia, horcajadura o entrepierna. Y lo sorprendente es que ambos pueden tener su parte de razón: para uno es indulto, para otro es insulto. Toman partido en ello hasta los mismísimos jueces y magistrados, esos que se adscriben a distintas asociaciones en consonancia con sus credos políticos que, como miembros de la jurisprudencia, son muy libres de tenerlos. Yo creo que los jueces deberían asociarse por la justicia, sin más etiquetas; y el hecho de que en sus interpretaciones unos digan blanco donde otros dicen negro contribuye al descrédito y a la incertidumbre que pasma al ciudadano común quien, por estas fechas, bastante tiene con cumplir con las imposiciones confiscatorias fiscales.

Hay mucho ego idiotizado, mucha visión simplista y exceso de retórica corrosiva en esto de los indultos. Tomemos como ejemplo los debates al respecto en el Parlamento, donde no faltan los aplausos tras las intervenciones en pro y en contra. Deberían reflexionar sus señorías sobre la máxima de Gracián: “El hartazgo de aplauso común no satisface al discreto”. Pero sí complace al necio, añado yo. A estas alturas y con el nuevo gobierno catalán presionando, negar el indulto cabreará y no servirá de nada; pero concederlo tampoco hará que cambien las cosas en Cataluña, excepto para que se chamusque algo más el Gobierno.

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