Borrar

Decidir lo más importante

Lunes, 8 de abril 2019, 05:00

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La libertad es lo más sagrado que tiene el ser humano. Hacer lo que a uno le plazca con una sola limitación: no coartar la libertad del prójimo. Puedes elegir si te quieres teñir el pelo de rojo o de azul. Si quieres tener niños o no. Si te acuestas con hombres, con mujeres o con los dos. Si comes carne o si sólo degustas nabos y berzas. La libertad está por encima de normas morales y del tan arcaico “qué dirán”. Es superior a las creencias religiosas y, por supuesto, a los políticos y sus cálculos electorales. La siempre certera pluma de Pedro Simón planteaba un dilema hace unas semanas en su columna de “El Mundo”. Podemos elegir absolutamente todo, menos lo más importante. Lo más íntimo. La muerte.

Aunque nuestros legisladores lo nieguen, existen en pleno siglo XXI la idea de que una persona no es dueña de su propia vida. Sólo Dios decide cuándo tienes que marcharte para el otro barrio. Ese planteamiento inquisitorial reforzado por la Iglesia y abanderado por ciertos sectores de la derecha (¡pensaba que ser liberal era lo contrario!) ha calado muy hondo en nuestra sociedad. El suicidio sigue siendo un tabú. Cada año se quitan la vida 3.600 personas, pero eso no está en la agenda de nuestros políticos. Como no sale en las noticias, pasamos olímpicamente de ello. Personas que, en muchos casos, tan sólo necesitaban una ayuda profesional. Un lugar al que acudir para que, en lugar de abrazar la muerte, siguieran amando la vida. Sin embargo, la asquerosa doble moral de nuestra sociedad impide el suicidio cuando de verdad hay razones para ello. Cuando uno mismo, usando su propia libertad, considera que el sufrimiento y el dolor son tan fuertes que no merece la pena seguir luchando.

El problema es que en muchas ocasiones el que quiere poner fin a sus días no lo puede hacer por sí solo. Necesita ayuda. El caso de Ángel y María José ha conmovido a España. Hasta los más acérrimos detractores de la eutanasia han empatizado con una pareja ejemplar. En la España de las residencias y los cuidadores, Ángel ha estado apoyando y mimando a su esposa durante toda la enfermedad. Y cuando ella no podía más, Ángel también la ha respaldado.

Con el Código Penal en la mano su acto está castigado de dos a diez años de prisión. Paradójico es que haya una pena destinada a aquellos que inducen o cooperan con un suicidio en una sociedad que, insisto, deja de lado a los 3.600 suicidadas anuales. Obviamente con el corazón y la razón en la mano, Ángel no puede ir a prisión, ni tan siquiera ser condenado. Los oportunistas Sánchez e Iglesias ya se han afanado en sacar tajada electoral del caso, a pesar de que en estos meses de Gobierno socialista ha habido ocasión de aprobar una ley de eutanasia y no se ha hecho.

No es sólo por María José. Ni en su día por Ramón Sampedro. Es por todos aquellos que tienen un deseo claro que quieren que se cumpla. El enfermo de Alzheimer que anhela poner fin a su vida el día que no reconozca ni a su propia familia. El que no desea estar postrado durante el resto de sus días en una silla de ruedas. El que permanece entubado esperando un milagro. La vida hay que vivirla con dignidad. Y cuando esa dignidad desaparece, hay que facilitar el viaje al otro lado. Tanto la eutanasia como el suicidio asistido son un canto a la libertad. Sin imposiciones. Siempre partiendo de la decisión del interesado si puede hacerlo o, de su familia, si no es así. Lo contrario es cruel, inhumano, atroz y, lo más importante, un ataque a la libertad.

Los que se oponen a la eutanasia hablan de que ya existen cuidados paliativos. Olvidan que este tratamiento no se dispensa, por ejemplo, a un enfermo de Alzheimer o a personas que al final de sus vidas no tienen un intenso dolor, pero sí un deseo claro y rotundo de morir. Sucede como con el aborto. La clave para que no se produzca no es prohibirlo, es ayudar a la maternidad. En este caso es igual. Extendamos los cuidados paliativos, pero no neguemos a nadie su decisión más importante. La de seguir viviendo o no.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios