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Con este gobierno de saltimbanquis lo que hoy es recomendable mañana será desaconsejado o directamente prohibido. Uno no se acostumbra a estos vaivenes y todavía se admira de que Fernando Simón, el mismo que nos recomendaba no llevar mascarilla hasta hace unos días, nos diga ahora que es obligatorio. Al menos podían tener la decencia de cambiar de portavoz cada vez anuncian lo contrario de lo que ha sido la doctrina oficial hasta el momento. Pero les importa un bledo.

Lo que no me sorprende es que Simón reconozca que nos ha mentido como un cosaco. Todo se pega menos la hermosura, y esta dolencia se la ha contagiado Sánchez a lo largo de los últimos meses. Con la frescura propia de la escuela sanchista nos vino a reconocer ayer el jefe de Emergencias que hasta ahora el Gobierno nos decía que las máscaras no eran buenas porque el Ministerio había sido incapaz de comprarlas, pero ahora que hay, pues eso: obligatorias y al que no la lleve, multa.

Simón progresa adecuadamente pero le falta todavía la pericia del maestro. Quizás algún día llegue a la finura de Sánchez, que acaba de pedir perdón, con carita de niño bueno, por los errores de su Gobierno, errores que por supuesto niega haber cometido. Qué figura.

El Doctor No, que parecía medio tonto, nos ha salido un artista. Miren si no con qué elegancia ha seducido a la otrora intrépida e irreductible Inés Arrimadas, con la que ha pactado otros quince días de alarmante dictadura. La heredera de Rivera en Ciudadanos no acaba de cogerle el tranquillo a esto del centro. Todavía no le han explicado que el centro no es una equidistancia, sino una ideología de moderación y coherencia, de coger lo mejor de uno y otro lado. No se trata por tanto de un sorteo, ahora apoyo a la derecha, ahora a la izquierda, sino de sumarse a quien mejor defienda los intereses de los ciudadanos en cada momento. Y si Arrimadas cree que Sánchez es ahora quien mejor va a defender los intereses de los españoles amarrando sus plenos poderes en Moncloa, es que ha perdido el oremus.

Hay mucho que aprender de ese donaire, esa finura de Sánchez a la hora de rectificar y equivocarse incluso cuando cambia de criterio. El vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, debería tomar buena nota de las artes de Pedro I El Guapo y así no se le notaría tanto el rictus de disgusto cuando anuncia lo contrario de lo que venía diciendo hasta antes de ayer. Que había que ir con pies de plomo, que cero contagios en catorce días... luego que vale, pues tres contagios no es ná... y desde el domingo pasado, que no importan las estadísticas y que todos en bloque camino de la Fase 1. Al número dos del Gobierno de Castilla y León se le nota mucho que le han forzado las circunstancias y Alfonso Fernández Mañueco. Todavía dice Igea aquello de que los criterios siguen vigentes (si lo siguieran no pasábamos de fase) por si alguna área de salud se desmadra y hay que dar marcha atrás. En fin, que a Igea se le amarga el gesto cuando asegura que los mismos expertos que exigían cero casos recomiendan ahora desescalar con 53 casos al día (dato de ayer en Castilla y León). Le falta escuela (de teatro) y un espejo para aprender a poner cara de póker.

La misma cara que estarán poniendo los expertos de la Junta, si es que todavía no se han dispersado. Esto de los comités científicos, con epidemiólogos y todo tipo de sabios, da para un roto un descosido. En realidad, no hay decisiones científicas en este barullo de la gestión de la pandemia. Hay decisiones políticas, en el caso de Sánchez, desacertadas casi todas. Y los expertos se limitan a poner sobre la mesa datos y análisis, con los cuales se puede hacer un pan como unas tortas, caso de España, o se puede acertar con una estrategia que frena el virus, como ha ocurrido en Alemania, Dinamarca o Noruega.

Aquí el único experto de verdad, el único artista, es Sánchez, que por la mañana pacta la prórroga de la alarma con enemigos declarados del separatismo (Ciudadanos, se supone) y por la tarde acuerda la derogación de la reforma laboral con los proetarras de Bildu. Va a resultar mucho más fácil acabar con el virus que con el sanchismo.

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