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La fiesta de la Exaltación de la Cruz llena este sábado la provincia de cristos: Cristo de la Salud, del Humilladero, de la Piedad, Amparo, Mercedes, Misericordia, Cristo de la Laguna, Valvanera o Las Batallas. Trajín de imágenes a hombros, que protagonizan ofertorios, paleos, convites, verbenas, subastas... como si el verano siguiera ahí —oficialmente no ha concluido, pero...— resistiéndose a la despedida. Ayer se celebró en San Esteban de la Sierra, pueblo de lagares rupestres, bodega histórica y casticismo serrano su concurso de limones serranos, esa ensalada que enraizaron ahí y en toda la Sierra árabes o judíos, o quizás todos ellos, y cristianizaron otros echándole chorizo, como quien bautiza con agua bendita. En “Santisteban” cada familia tiene su receta y la guarda celosamente, lo que explica que no haya expuesta ninguna fotografía de esos limones en la muestra “Anthropografías”. Hasta el alcalde del pueblo, Agustín Labrador, tiene la suya.

Hay cristos en “Anthropografías”. No podía ser de otra forma, pero hay también emigrantes, me señala su comisario, Juan Francisco Blanco. Veo las fotografías y me pregunto cómo han llegado a Cuba uno de San Felices y una de La Redonda, o la familia completa de Cerralbo, que posa con sus hijos con el orgullo de haber mejorado su vida después de quién sabe cuántos sacrificios y cuántas cruces a cuestas. Quién se casó con quién en la fotografía de boda enviada al pueblo desde Cleveland; ¿cuál de los dos era de Ahigal? ¿Los dos? Hay una joven de ojos tristes cuya mirada llega desde California a Nuevo Amatos, su pueblo, atravesando la historia, como la del joven tocado con sombrero panamá. Aunque mi favorita es la que retrata a una pareja en un ultramarinos en Brasil a donde llegaron desde Nuevo Naharros; una tienda con estanterías repletas de botellas bien alineadas, mostrador con golosinas y techo del que cuelgan botas. Me recuerda mucho a la tienda que mis tíos Perfecto y Angelita tenían en Miranda del Castañar. Fotografías que dan para ensamblar un buen argumento de novela. La emigración –ya se ve— no es una cruz exclusiva de nuestros días.

En la detallada memoria del curso pasado leída ayer por el secretario de la Universidad de Salamanca, Fernando Almaraz, solo faltó el dato de cuántos de los nuestros formados aquí se han llevado su talento a otros lugares, aunque, por lo demás, me gustó escuchar que nuestros investigadores consiguieron más fondos, aumentó el número de alumnos y mejoramos en las evaluaciones internacionales. Luego, Ricardo Rivero, Rector, reclamaría ese aumento de financiación anunciado por Fernández Mañueco, entre otras cosas para fijar y recuperar talento, como el que pueda expulsar el Brexit. Talento que abra puertas al futuro, como afirmó al final de su lección Eva Martín del Valle. Por cierto, la Universidad de Harvard acaba de reconocer el de nuestro Carlos GonzálezBlanco (CGB), la crítica teatral el de Helena Pimenta, en su retirada, y uno tiene en sus manos “El manuscrito del aire”, la nueva entrega de Luis García Jambrina, profesor de la Universidad de Salamanca, talento literario, protagonizada por otro universitario salmanticense: Fernando de Rojas, que salta el charco, como en su momento lo hicieron la Universidad de Salamanca, muchos paisanos y la propia cruz.

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