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P OR fin llueve. De nuevo han tenido que ser los libreros los que atraigan la lluvia. Agua de otoño. Santos regados, Ramos regados, dice el refranero, así que atentos a la Semana Santa, que ya está ahí, aunque el Niño aún no haya nacido; ... este año el cartel anunciador lo protagoniza el Cristo de los Doctrinos —qué gran fotografía, Manuel (López)— de uno de los crucificados esenciales de la Pasión salmantina. La lluvia de otoño no es la única que avisa de la cita otoñal con los difuntos, también las floristerías o las pastelerías. Los escaparates de éstas exhiben ya los huesos de santo o huesitos de difuntos como se anuncian allá, al otro lado del viejo mundo, a donde los exportamos. Los buñuelos tardan un poco más en aparecer, pero llegarán porque a ellos les debemos que salgan almas del Purgatorio: cada buñuelo que comemos es una que liberamos. Hablamos de una causa noble, así que ánimo, como hablamos de ser mejores cuando comemos huesos de santo porque incorporamos su santidad y su conocimiento, y ya lo dice la pizarra de San Julián, los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos.
Convivimos con la muerte toda la vida. Hasta el último instante. Anoche, en un acto del Programa de Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas puesto en marcha por la Fundación “La Caixa”, se nos recordó también que la vida sigue siendo vida hasta el último instante. Fue un acto con testimonios y reconocimientos: Cristina Catalina y Ruth Martín, psicólogas, leyeron “Oda a la vida”; Juan Manuel Sánchez, psicólogo, leyó una lectura de “Vidas con alma”, y dieron testimonio de sus experiencias el doctor Francisco Vara, de Salamanca y uno de los grandes expertos nacionales y europeos; Rodrigo Llanillo, psicólogo; Ana María Nielsen, voluntaria; Pedro Hernández, familiar atendido por el Programa; y Xavier Gómez Batiste, director científico del Programa. Fueron intervenciones intensas y valiosas para construir sobre ellas una idea de lo que debe ser ese tramo último del camino y la llegada, un momento donde la emoción gana a la razón y sobre el que tanto se discute desde la ética, la religión, la política, la Ciencia, el derecho... Pero ahí estamos.
En otro lugar, el Centro Documental de la Memoria, se habla de la fuga de cerebros que fue el exilo provocado por la Guerra Civil. Retrocedimos un siglo en progreso, me dice alguien. Hablo con Severiano Hernández, alto responsable de los Archivos Españoles, que asiste al encuentro, y me cuenta que sigue con atención la polémica de los Rabaté y Severiano Delgado sobre Unamuno, sin decantarse por unos y otro, y vaticina que aún queda mucho por saberse. Me explica, también, que se ha incorporado al Centro Documental de la Memoria el archivo del arquitecto Alfredo Rodríguez Orgaz, probablemente la última persona que vio a Lorca vino en condiciones normales, cuya novia cuidaba de la casa de la novia de Salvador Vila, arabista salmantino del que escribí hace poco por su aparición en la película de Amenábar, donde se recoge su detención a pesar de la amistad con don Miguel. Me recomienda Hernández leer a Isidro Zataraín su “Perfil humano del rector Vila”, que me lo apunto junto al libro de Mercedes del Amo “Salvador Vila, el rector fusilado en Víznar”. Mañana es día de homenajes: viene Nicolás Sánchez Albornoz, que huyó de Cuelgamuros/Valle de los Caídos (1948) y ya ha hablado de la “exhumación”, donde quizá conociese a nuestro Damián Villar, autor del Apocalipsis que se representa en la puerta de la abadía del Valle. Fuera llueve, la vida sigue y los libros (viejos y nuevos) y huesos de santo dan fe de ello. Cosas de la vida.
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