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Cosas de la nueva normalidad

Viernes, 10 de julio 2020, 05:00

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Metidos de lleno en la inercia, en este caso rutina política, siguen quienes nos han traído la nueva normalidad, rutina que consiste en conseguir salvar lo suyo de la quema en medio de esta jungla por la que nos mueven en la inopia, embaucados por las primicias que la nueva normalidad impone, manteniéndonos entretenidos, fuera de la realidad y dejándoles el campo libre, en este caso de batalla, a quienes tan generosamente nos permiten hacer lo que les conviene que hagamos, haciéndoles así el juego que entre ellos se traen por cuenta de sus asuntos, muy ajenos a los nuestros.

Fantástica la nueva normalidad que nos ha traído tantas cosas nuevas. ¿Cuántas? Tantas que hemos perdido la cuenta de ellas, hasta que las encontremos todas de golpe y echemos entonces de menos la vieja, la que también de golpe nos obligaron a dejar atrás y olvidarnos de ella. Este momento aún no ha llegado ni hay seguridad (aunque sí posibilidad) de que algún día llegue, porque a quienes nos gobiernan y a sus muchos aliados por convicción o por oportunismo, no es que les vaya bien en la nueva normalidad, que no les va, pero tampoco tan mal como para darse por vencidos mientras que a la nueva normalidad ni se le atisba futuro ni se le ve fin, sólo propósitos.

Que la situación es complicada, nadie lo duda, ni siquiera quienes la han traído para su beneficio, a repartir entre tantos, de tan diferentes y turbios intereses, que no hay acuerdos posibles, al menos por las buenas. Miren el panorama que ofrecen un día y otro quienes tienen la sartén por el mango y vean en qué consiste: En pleitos y depravación de un Gobierno que rezuma podredumbre, en el que cada cual va a su aire o no va a ninguno, sin discreción, ni siquiera para guardar las formas que nunca tuvieron ni quieren tener mientras encuentren ocasión para sacar a la luz trapicheos propios y ajenos (lindantes algunos con la delincuencia) para echárselos en cara sin contemplaciones, casos con nombres y apellidos, como el de Dina Bousselham, con Villarejo por medio..., en torno a un móvil y su tarjeta, propiedad de Dina (asesora o vayan ustedes a saber qué del líder podemita) presuntamente robada con información confidencial y comprometedora, que anduvo de mano en mano, robo denunciado, tarjeta que recuperó Dina, pero destruía y así, abrasada en un microondas, llegó a manos del juez que lleva el caso, con el vicepresidente segundo -que pretende librarse de toda culpa- enfangado en este asunto hasta la coleta y pillado con todas las de la ley. Y si algunos prefieren permanecer fuera de este lío indecente, por cobardía o por agradecimiento a quien lo colocó en un ministerio hecho a su medida, con quedarse quietos donde están resuelven su problema personal. Porque ¿de cuántos ministros y ministras de este Gobierno se podría prescindir? De casi todos. Sin embargo ninguno dimite ni por vergüenza torera, sentimiento españolísimo que ha perdido arraigo y queda reservado solo para unos pocos y, además, de derechas.

Lo español no se lleva, algo inherente a la nueva normalidad a la que poco a poco nos irán acostumbrando aquellos para los que España es toda ella una inmensa fake entre fakes con las que hay que acabar, en ello gastan no pocas de sus energías y en el Gobierno (que entre unos y otros han convertido en una cloaca del Estado) están, con el amparo de la patulea antiespañola y separatista que lo mantiene, esperando la oportunidad de poderlo conseguir. Ser español es ser fascista, el fascismo no puede tener lugar en ninguna democracia y hay que borrarlo por ello del mapa. Pero el fascismo hoy sí tiene lugar, aunque no donde dicen que está, sino allí donde lo ejercen sin remilgos quienes dicen que hay que hacerlo desaparecer. Pues adelante con los faroles, a ver si lo consiguen.

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