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Confieso que unos minutos antes de sentarme a escribir estas líneas he hecho “un Igea”. Sí, nos hemos juntado tres matrimonios en una campa un poco más allá de Gargabete a cumplir la tradición del Lunes de Aguas, pero en dos mesas, como mandan los cánones de la Junta. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. Pero porque cuadró así. No se enfade el sector feminista, por favor. Que ahora nos mosqueamos por todo.

En mi mesa, la conversación arrancó con los coletazos de la victoria del Madrid sobre el Barcelona y sus polémicas rajadas. Se enredó con el disgusto de algunos padres cuyos hijos militan en la cantera del Salamanca y que no han podido iniciar la competición por las deudas del club frustrando la ilusión de los chavales. Continuó con la ridícula situación que se vivió este fin de semana en los terrenos de juego del fútbol base, donde al no poder acceder a las gradas por orden municipal para evitar aglomeraciones, los padres de los jugadores se apelotonaron en los sitios más inverosímiles para disfrutar de las evoluciones de sus hijos con el balón. Y terminó, cómo no, con el monotema.

No pude estar atento a los inicios de la charla en la mesa de al lado, pero -qué raro- también se acabó hablando del coronavirus. Y, al igual que el vicepresidente de la Junta en aquella terraza de Valladolid de infausto recuerdo, aunque estábamos sentados en mesas diferentes, terminamos todos charlando sobre el mismo asunto.

Como cincuentones que somos los seis, solo una de nosotros está vacunada: la maestra. Y con AstraZeneca. Durante la degustación de hornazos -cada matrimonio ha llevado uno de una pastelería diferente-, nos ha relatado su temor. Apenas sintió efectos secundarios cuando le inocularon la primera dosis. Pero ahora vive en un estado de incertidumbre provocado por los vaivenes de las autoridades sanitarias. La paralización de la vacunación de AstraZeneca durante unas horas por parte de la consejera Verónica Casado no ayudó a tranquilizarla. Todo lo contrario. Y el hecho de que todavía no se tenga claro a qué grupos de personas se va a administrar el preparado anglo-sueco tampoco la calmó. Por eso, le sorprendió la buena respuesta de los salmantinos de 65 años en la vacunación masiva que se celebró el sábado en el Multiusos Sánchez Paraíso. Parece que por estos lares impera el sentido común y da más miedo el virus que la vacuna.

Al vernos tan abatidos, el más optimista de los allí presentes echó mano de una frase del diccionario cholista -le hace gracia el Cholo Simeone- y nos soltó: “Tenemos que resistir. Ya queda menos. Irán llegando vacunas. Es la única solución. No queda otra”. Le miramos con cierto escepticismo y sonreímos. Su visión optimista de la vida nos recordó que el año pasado cada uno se comió el hornazo en su casa y solo pudimos compartir el momento a través de fotos enviadas por WhatsApp.

La charla discurría fluida y entonces me di cuenta de que en ningún momento hablamos de política. La presencia o no de Toni Cantó en las listas del Partido Popular madrileño nos traía sin cuidado. Si Pablo Iglesias se metía un monumental batacazo en las próximas elecciones no nos interesaba. Los pactos de desgobierno, las mentiras de Sánchez, la insustancialidad de Pablo Casado no entraban en nuestros pensamientos.

Preferíamos tener ocupada nuestra mente enarbolando el lema que se ha hecho viral estos días en Salamanca y que surgió de la brillante cabeza de una familia de carniceros: “Nos dejarán sin abrazos, pero jamás sin hornazos”. Todo un cántico a la amistad en estos tiempos donde parece que todo lo tenemos que hacer a distancia.

Al terminar los postres, nos dimos cuenta de que, con las prisas de salir tarde del trabajo, se nos había olvidado el termo de café. Y de vuelta a la ciudad, entramos en una cafetería, en la que apenas había clientes. ¿Podemos sentarnos seis? -preguntó uno de mis amigos. Hoy sí -dijo el camarero-, mañana ya no. Menuda bofetada de realidad.

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