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Pensaba dormir en la Moncloa unos meses y lleva ya dos años, con perspectiva de no mudarse al menos en otros dos. Es tal la alegría, la satisfacción y el regocijo que siente Pedro Sánchez por haberse conocido, por haberse doctorado sin dar un palo al agua y por haber llegado a la Presidencia del Gobierno de rebote, de la mano de lo más odioso del Congreso de los Diputados, que ayer se dignó volver a la Cámara Baja para compartir la gloria del aniversario con sus amigos golpistas, separatistas, comunistas y nacionalistas atracadores. Estaba también la oposición, a la que invitó a unirse a esta fiesta del orgullo sanchista y a celebrar el indudable éxito de una gestión que ha llevado a España a compartir con Bélgica el dudoso honor de peor país del mundo en la lucha contra el coronavirus.

No le aguaron la celebración los desaires de Pablo Casado y Santiago Abascal, empeñados en ver sombras donde solo debería brillar la luz del Rey Sol Sánchez, sobre cuya conciencia no pesan sino flotan (y a ratos desaparecen) los 44.000 muertos por una pandemia en buena parte evitable. Ni siquiera necesitaba encontrar consuelo en brazos de Inés Arrimadas, desde su nueva maternidad entregada sin necesidad al Club de las Alarmas donde militan todos los enemigos declarados de España.

Habiendo motivo de celebración, como era la feliz efeméride del bianiversario, se podía prever que Sánchez pillaría un subidón que dejaría chicos a los colocones de veneno de sapo utilizado por Nacho Vidal y sus víctimas.

Entre otras solemnes proclamas, el presidente de nuestro Gobierno socialcomunista declaró con motivo de su segundo cumpleaños que no entiende por qué esa resistencia inicial a aprobarle la sexta prórroga, cuando todo el hemiciclo debería levantarse en aplauso unánime a un estado de alarma “que no ha limitado ningún derecho, salvo el derecho a enfermar”. Vamos, que desde el 14 de marzo hemos tenido todo el derecho a la libre circulación, a reunirnos con quien queramos, el derecho a ver a nuestras familias, a despedir a nuestros muertos, a salir de casa, a ir a trabajar, a abrir los negocios... pero como somos tontos, no lo hemos ejercido.

Ya nos vamos acostumbrando a que este Gobierno sanchista-bolivariano nos tome por imbéciles. A veces incluso con regodeo, con un poco de sadismo. Porque hay que tenerlos cuadrados para gritar a conciencia y a los cuatro vientos ese “¡Viva el 8 de Marzo!” que soltó el cumpleañero ayer en sede parlamentaria. Nos ha salido un aprendiz de Millán Astray, un entusiasta del “¡Viva la muerte!” del legionario. Eso cuando una grabación a su ministra de... de Igual Da, ha confirmado lo que ya todos sabíamos sobre lo que el Gobierno sabía y ocultó para celebrar las coronavíricas manifestaciones: el confinamiento y el estado de alarma se retrasaron una semana por el 8-M y eso tuvo un coste.

Hay estudios que calculan la incidencia de esa macabra decisión gubernamental: un 60% más de muertes. Tres de cada cinco fallecidos por coronavirus podrían seguir vivos si Pedro Sánchez no hubiera cedido a los antojos de la compañera de marqués de Galapagar. ‘Jo Tía’ Montero quería preparar el ambiente para su ley de Igualdad de Género y necesitaba las manifas multitudinarias aunque resultaran mortales. Todos en el Gobierno lo sabían pero tenían claro que no se lo iban a decir a nadie.

Hablamos de 26.000 muertos menos, si tenemos en cuenta las cifras reales de fallecidos en España por el COVID-19, que no son los 27.000 que cuentan Illa y Simón, sino 44.000, como atestigua el INE.

Pero como decía ayer el profesor loco, “un par o tres de casos más no van a ninguna parte”. Simón miente cada día un poco más, y mientras más lo hace, más crece en la estima del presidente, verdadero artista de la falacia. Todavía hay quien le pide a Sánchez la cabeza del ministro Marlaska por mentir en el Congreso. ¡A quién se le ocurre! En todo caso, de seguir por la vía de la patraña y el afán prevaricador, el titular de Interior será premiado con alguna vicepresidencia ‘mendacium causa’.

Con esta tropa ministerial toca remar y no naufragar. Lleva España dos años bajo la bota del populismo sanchista y esta vieja pero robusta nación resiste. Los españoles conseguimos sobrevivir a duras penas a siete años del incompetente Rodríguez Zapatero, el primer presidente amigo íntimo de los separatistas y espoleador de los enemigos de España, cuya sonrisa bobalicona nos dejó a los pies de la bancarrota. También podemos alardear de que esta “versión avinagrada” de ZP que nos gobierna no ha logrado en veinticuatro largos meses acabar con nosotros. Al menos no con todos. Habría que celebrarlo

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