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Con este Gobierno en España lo único seguro es que no hay nada seguro. Lo único que se da por descontado es la descoordinación y el descontrol. Aquí solo hay acuerdo para establecer puntos de discrepancia. Ni siquiera hay consenso cuando existe unanimidad. Si ayer el ministro filósofo y las autonomías hubieran pactado la reforma del Estado de Alarma para aplicar restricciones más duras, se hubiera roto esa trayectoria de diez meses de bronca que llevamos desde marzo pasado. Pero no dejan de montar el pollo ni para los asuntos más serios.

Alguno de los consejeros hubiera podido resumir el encuentro virtual de esta guisa: “Entramos unánimes, alineados y coincidentes como nunca, y salimos peleados, enfrentados y encabronados como siempre”. Es increíble. Todas las autonomías querían más margen legal para aplicar restricciones y frenar la vertiginosa tercera ola, el ministro filósofo estaba de acuerdo en acceder a sus peticiones si eran mayoritarias, que lo eran, los datos marcaban récord negativo y animaban al consenso para endurecer las restricciones... ¿y qué pasó? Pues que algún esbirro del departamento de Producciones y Propaganda Redondo SA consideró dañino el acuerdo para la imagen electoral del ministro de Insanidad y se acabó el tema.

Todos para casa con el rabo entre las piernas (lo de para casa es virtual, claro) porque al señorito le conviene un perfil duro con Castilla y León, que era en este caso, y por una vez, líder de los descontentos y promotora principal del adelanto del toque de queda.

Al menos parece claro que, por una vez, Mañueco se ha quitado el traje de discípulo obediente de los siempre caprichosos y casi siempre desatinados dictados del dúo Illa-Simón y ha comenzado a tomar medidas por su cuenta y riesgo, enfrentándose no solo al Gobierno socialcomunista, sino también a los dirigentes y barones de su propio partido, a los que descolocó aplicando en solitario el adelanto del toque de queda.

Porque está claro que Pedro Sánchez y su equipo de patéticos y pasotas ministros están a otra cosa, a competir en las elecciones catalanas, a demoler la democracia desde sus cimientos, a dinamitar la educación o a quitar nombres de calles franquistas. Del combate contra la pandemia al líder supremo del sanchismo solo le interesa todo lo que pueda perjudicar a Madrid. Lo demás no va con él.

A la vista de la vertiginosa escalada de los contagios en Castilla y León, quedarse de brazos cruzados, como hace Sánchez, no es una opción. Fernández Mañueco anunció hace dos semanas que apostaría por los test masivos, y las cifras de pruebas de los últimos días, al menos las de Salamanca, demuestran que la Junta se lo ha tomado en serio y que, al menos en esta ocasión, no se ha limitado a pedir más disciplina a los castellanos y leoneses y a aplicarles más restricciones, sino que se ha puesto las pilas para contribuir a frenar esta brutal tercera ola.

Por encima del desastre general con el que tanto Mañueco como su vicepresidente Igea y su consejera Casado han sobrellevado la gestión de la pandemia, hay que reconocerle dos aciertos recientes: el de haber acelerado con los test y los cribados en centros docentes y pequeños pueblos, y la diligente marcha de la campaña de vacunación. Esto último no tiene un mérito especial, por cuanto las cantidades de suero que están llegando son muy pequeñas. La prueba de fuego del sistema sanitario vendrá cuando haya que vacunar a un ritmo cuatro o cinco veces superior al actual, si queremos llegar al verano con el 70% de la población inmunizada.

Solo falta que Mañueco e Igea decidan seguir siendo proactivos. Si se han dado cuenta de que la expansión del virus no se frena solo con cierres y pidiendo esfuerzos a los ciudadanos, sería el momento de extender los cribados masivos a las localidades grandes y medianas con alta incidencia (Guijuelo y Ciudad Rodrigo son dos casos clamorosos) y de poner más rastreadores para no perder la trazabilidad de los casos. Lo que viene siendo predicar con el ejemplo, vamos.

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