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ES de las pocas veces desde que comenzó la pandemia en la que España se ha puesto de acuerdo en algo, y lo ha hecho para pactar la forma en la que trataremos de pasar página con el covid.

Para acordar medidas restrictivas y preventivas siempre ha existido bronca. En cambio, cuando lo que estaba sobre la mesa era un pacto para llevar una vida lo más normal posible, se ha alcanzado la unanimidad. Si todos están de acuerdo será porque realmente es lo correcto.

La nueva normativa dice que si te despiertas con mocos y dolor de garganta, el médico ya no te debería hacer un test covid, salvo que seas mayor de 60 años o formes parte de un colectivo vulnerable. Posiblemente seas un positivo de manual, pero como no se te va a hacer prueba diagnóstica, la estadística de contagios va a disminuir.

A esa norma hay que sumarle que en el caso de que decidas hacerte un autotest de farmacia y resulte positivo, siempre que tus síntomas sean leves, no tendrás que quedarte en casa ni, muchísimo menos, recibir una baja laboral. La premisa es hacer vida normal y seguir trabajando, pero teniendo un poco de cabeza, cuidado y responsabilidad. El último ingrediente de esta nueva normalidad está aún por llegar y será el de retirar las mascarillas en interiores. Así, podemos imaginar un restaurante, o una oficina en la que estaremos sin mascarilla junto con otras personas que no saben que están contagiadas porque no les han hecho el test, o que sí saben que son positivas, pero les han dicho que salgan a la calle y hagan vida normal.

Hemos estado tan sometidos durante dos años que tanta manga ancha puede dar hasta sensación de inseguridad, pero hay colchón y evidencia para intentarlo.

¿Se va a traducir esto en una espantosa séptima ola? Pues no, porque como solo se van a contabilizar aquellos positivos que sean graves -aquellos que tengan que ingresar en el Hospital- y, además, ya se han dejado de dar informes diarios, vamos a vivir sin miedo o, al menos, sin esa histeria que durante dos años han generado las gráficas y las cifras. Ojos que no ven...

Pero consecuencias va a haber, lógicamente. Si a la gente con síntomas no se le hacen pruebas, a los contactos no se les avisa de nada y a los positivos se les permite juntarse con personas sanas sin mascarilla, esto puede resultar como si todos los días fueran Nochebuena.

Donde se va a notar la nueva estrategia del aquí no pasa nada es en los hospitales. De los cientos o miles de contagios leves no nos vamos a enterar porque no se van a contabilizar, pero si aumenta exponencialmente el número de infecciones también lo hará el de casos que requieren hospitalización o UCI.

En este contexto las opciones de futuro son tres. La más pesimista es que al hacer como que el virus no existe el número de casos graves sea tan alto que las ucis y las plantas de hospitalización vuelvan a pasar apuros y no quede más remedio que dar marcha atrás con restricciones.

La opción más optimista es que cuando nos queramos dar cuenta, ya habrán llegado al mercado algunas de las nuevas vacunas que se están ensayando y que aspiran a ser esterilizantes. Lo explicó la pasada semana el virólogo Adolfo García Sastre: vacunas que, no solo garantizan no enfermar de forma grave, sino que incluso conseguirán que no te llegues a infectar. Ni grave, ni leve. Cero. Y en el supuesto caso de desarrollar la infección, la barrera inmunológica en las vías altas respiratorias hará que no la transmitas a otras personas.

Por último, el escenario de futuro más lógico: el de la gripalización. El virus irá y vendrá cada cierto tiempo. A la mayoría de la población no le hará especial daño por ser jóvenes y, sobre todo, por estar sobradamente vacunados, pero aun así se llevará cada año varios miles de vidas, como ha sucedido siempre con la gripe y otras tantas enfermedades.

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