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Y van dos. Dos días sin fallecimientos oficiales, según la doctora Casado. Dos días que muestran la dichosa luz al final del túnel, por el que vamos a salir todos, ha dicho Mañueco. Aquellos brotes verdes ya están aquí. Pero aún es pronto para echar al vuelo a la catedralicia María de la O y detrás a todas sus parientas, porque este virus tiene pinta de estafermo, ese muñeco giratorio de entrenamiento de los caballeros medievales, que llevaba en un brazo un escudo y en el otro un palo con una bola colgando; si dabas con la lanza en el escudo y no pasabas rápido el muñeco giraba y la bola te daba una colleja que te dejaba “aviao”, que diría el charro. Estafermo, así llama Benito Pérez Galdós en el Episodio “Cádiz” a Don Pedro, un personaje quijotesco que simboliza aquel siglo XVIII al que dio carpetazo las Cortes de Cádiz presididas por el salmanticense Muñoz Torrero. No hay que fiarse de este virus ni echar las cazuelas al viento. Está vivito y coleando para dejarte aviado si no andas listo

Hoy, las cazuelas son una víctima indirecta de la pandemia. Se las golpea sin piedad al atardecer hasta hacerles saltar el teflón y descascarillar la chapa, para alegría que los ferreteros y reparadores de ollas, si aún existen en estos tiempos de usar, tirar y cambiar. Qué cacharreo se prepara todas las tardes de “cestas, canistillos, cantarillos, tajadores, escudiellas, sartenes, tinajas, calderas, canadas, barriles, todas cosas casseras” en palabras del Arcipreste de Hita, como si fuese Miércoles de Corvillo, al grito de “Libertad”, que es “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, le dice Don Quijote a Sancho, o sea, lo dice el propio Cervantes, y para que no lo olvidemos se escribió en sangre de toro en la fachada universitaria que mira a Anaya, donde también reclamaron libertad estudiantes y profesores de Filosofía y Letras o Derecho, pues ese era su campus, y cuando el poncio salmantino tenía su vivienda en el Palacio de Anaya, algunos gobernadores recibieron más que un escrache también en nombre de la libertad, y de la impaciencia. Los salmantinos de entonces decían “colaca” y “pacencia” en lugar de cloaca y paciencia; en los toros, cuando el ruedo se anegaba, el respetable reclamaba que se abriese la “colaca” para desaguarlo, y entre los coches de línea en San Isidro no faltaba la señora que voceaba cucuruchos de rosquillas de Ledesma y “pacencias” para el viaje.

Es muy posible que las caceroladas las hayamos importado de Hispanoamérica, como lo es que entre cazuelas anden Dios y el Diablo, uno porque de ellas sale gloria bendita y otro por el fuego que las hace útiles, y sobre todo porque lo decía Santa Teresa. Seguro que no habría Siglo de Oro sin aquella olla podrida que citaron todos los grandes, desde Lope al fraile Tirso, y hasta Velázquez la retrató en aquel cuadro de la vieja friendo huevos. Venga, haga callos, potaje, cocido, lentejas estofadas, alubias con almejas, bacalao al pil pil, una pepitoria o un buen guiso de caza...sin cazuela. Es imposible. Lo dice el refranero: ave que vuela a la cazuela. Y de la cazuela saben mucho las mujeres y quizá por ello a su palco en los corrales de comedias se le llamaba cazuela. El caso es que a ellas se les da mejor golpear la cazuela que a nosotros, tienen más arte, lo que achaco a que están muy hartas de ellas (pero mucho), de las cazuelas y de que solo se las asocie a ellas. Es una opinión mía y puedo estar equivocado. El caso es que hoy, cazuela, ya forma parte del diccionario pandémico: hemos guisado por encima de nuestras posibilidades (¿hartos de ellas?) y son un símbolo de libertad. Vaya.

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