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LOS hay que solo aciertan cuando rectifican, y otros, los peores, ni eso, porque cuando cambian de opinión solo consiguen equivocarse dos veces. Por su señalada trayectoria al frente del Gobierno en los últimos tres años y medio, Pedro Sánchez cuadra a la perfección en la segunda de las categorías, pero no podemos descartar que, por alguna especie de sortilegio, regrese a la primera en la que militan tantos de nuestros políticos.

La rectificación de Sánchez respecto a su intención de derogar la reforma laboral de Mariano Rajoy incurre de lleno en ese pequeño defecto del presidente consistente en incumplir cada una de sus promesas, de manera especial aquellas que ha anunciado a bombo y platillo. Fue su compromiso estrella desde 2017 y ahora se le ha descafeinado hasta quedarse en una cuestión de maquillaje. Eliminar de raíz la normativa que permitió a España crear tres millones de empleos era una soberana estupidez, lo que no constituye de por sí un obstáculo insalvable para la estrategia de este gobierno, sino más bien al contrario. Sin embargo, a tenor de lo dicho ayer, alguien en Moncloa ha debido de ver la luz y ahora Sánchez ya no habla de hacer tabla rasa sino tan solo de reconstruir “algunas cosas que se hicieron mal en 2012”.

De momento no hay nada más concreto que ese “algunas cosas”. Se ve que los 1.200 asesores de los que dispone el Ejecutivo sanchista-comunista (casi trescientos más que en tiempos de Rajoy) no han tenido tiempo de elaborar una propuesta más definida.

Esto es lo que decía Sánchez ayer, aunque hoy mismo, tras la reunión con el “equipo de la reforma” liderado por la comunista Yolanda Díaz, bajo la supuesta vigilancia de la vicepresidenta Nadia Calviño, los planes gubernamentales pueden dar un giro de ciento ochenta grados para volver a la versión “destroyer” patrocinada por los herederos del podemismo en ruinas.

Lo más probable es que el presidente consiga equivocarse dos veces o que sencillamente acabe engañando a todos, a los marxistas y a Bruselas, diciendo en cada lugar lo que los otros quieren oír sin cumplir ninguna de sus promesas.

Recordemos, de pasada, que al inquilino de la Moncloa solo le interesa aprobar los presupuestos del Estado de 2022, para asegurarse dos años más en la presidencia. Ya ha comprado a base de competencias e inversiones, con el dinero de todos los españoles, el voto de los golpistas de ERC, los filoterroristas de Bildu y los “aprovechateguis” del PNV. Ahora solo le falta engatusar a los comunistas y superar la prueba del algodón en Bruselas. Y si para ello tiene que mentir, vender burras o falsificar las cuentas con previsiones incumplibles, no duden de que lo hará sin pestañear siquiera.

Con Yolanda Díaz le ha salido un grano en salva sea la parte, pero lo que le pica por un lado, el de la izquierda, le reconforta por el otro, la derecha. Ahí tiene a Pablo Casado haciéndole favores un día sí y otro también. Tras pactar de manera vergonzosa la continuidad de la politización de algunos de los órganos más relevantes de la cúpula judicial, ahora retorna el líder del PP a su batalla contra Isabel Díaz Ayuso, con más empeño y sinrazón que antes de la convención de Valencia. Casado y su escudero Teodoro García Egea continúan el pulso contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, retrasando el congreso regional y empujando de nuevo al alcalde José Luis Martínez-Almeida a encabezar una candidatura alternativa. Estos dos son como el corredor que va lanzado hacia el triunfo y cuanto más se acerca la meta más ganas le entran de pararse a atarse las zapatillas.

Si Sánchez no acierta ni cuando rectifica, Casado y el Pipos de Aceituna solo rectifican cuando aciertan. A este paso tendremos sanchismo para muchos años. Si es que España lo aguanta.

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