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Hace unas horas el presidente de las Cortes de Castilla y León, el salmantino Luis Fuentes, aludía a los comuneros y la Historia, un asunto que debiera estudiarse mejor en las aulas. Por autoestima. Aquellos paisanos revolucionarios impulsaron la separación de poderes cuando a Montesquieu no se le esperaba, así como ciertas limitaciones al poder real. Perdieron la cabeza, cierto, pero ganaron la Historia, como se ha recordado, y nos mostraron el valor de la libertad –qué palabra tan citada hoy—como recuerda la cervantina placa de la Plaza de Anaya. Se alude a ello en la exposición comunera que visité el viernes. Abre la muestra nuestro catedralicio pendón comunero y debería cerrarse con una caja para dejar en ella cierta inquina contra la monarquía que produce el relato. Aquella represión hacia los comuneros tuvo sus asuntos de familia: a Carlos I le irritó que molestaran a su madre, y a Francisco Maldonado le cortaron la cabeza antes que a su primo Pedro Maldonado porque este era pariente de un próximo al monarca. Una escabechina. El estudio de la revolución comunera, presente también en nuestro espléndido Día del Libro, sería una estupenda vacuna contra ciertas intolerancias políticas de estos días. En la salida pensé en qué habría opinado de ella José Luis Martín, profesor, político, gobernador civil, autonomista y un reivindicador permanente de los comuneros. Por cierto, a quien corresponda, ¿sería posible mejorar la iluminación para leer con más claridad la cartelería de los expositores? Gracias.

Los asuntos de familia han estado muy presentes esta semana en nuestras vidas. Las confesiones de Rocío Carrasco tuvieron como asunto central los asuntos con su hija, Rocío Flores, que son también los de su “ex” –ese “ser”, dice—y algo parecido ocurrió en el debate televisivo de los protagonistas de la zarzuela de Madrid, o sea, sus elecciones, que parece escrita por Chueca y Bretón en su versión más castiza, cañí y cañera. Hay cierta reconciliación en la familia progresista y dudas en la conservadora. Hablamos de política y no de sentimientos, porque, como dice nuestra cantante Mari Ángeles Domínguez Cornejo, “Mariey”, hay demasiadas canciones de amor y desamor, que son dos emociones que mueven el mundo a pesar de todo. En Madrid se ha liado un “dos de mayo” y nadie sabe cómo va a terminar. Hay hipertensión. Mis admiradas enfermeras Clara y Ana –enfermeras de cabecera—detectan a ojo una tensión alta y Madrid la tiene por las nubes y sin una pastilla a mano. La familia es un campo de batalla, que ha servido, además, de inspiración a muchos escritores y como estamos viendo a muchos cronistas de la cuestión política, que actualmente pasa por lo que ocurre en Madrid, donde el riesgo de pisar un charco es permanente, como el de que te pisen. Le ocurrió a Ayuso con Felipe VI, algo que ella evitó llevando una de sus manos a la cintura real. Aquello tuvo algo de invitación a un chotis, prenda.

Con agua en los charcos hemos llegado a San Marcos. Felicidades a Marcos Mateos, del Parque Científico de la USAL. Marcos de nombre, porque una inmensa mayoría de mis conocidos lo tienen de apellido. Curioso. De momento, se van cumpliendo todos los requisitos para que tengamos una gran cosecha, que suele ser asunto de familia en el campo. Cuántas conversaciones relacionadas con la cosecha he escuchado en casa de Heli Casanueva, referencia del Arrabal y famoso por su chanfaina. Al tiempo, sabíamos del triunfo en el MIR de nuestro Ignacio González Ginel, cuya madre estaría más que orgullosa. Fue aquel un episodio traumático para la ciudad.

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