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Si nos falla Cervantes es que el asunto viene serio. La sequía, digo. Rara vez ha sucedido que saliendo los libreros a las calles no haya llovido como si el papel impreso, las letras, el planteamiento-nudo y desenlace de las novelas, o el sesudo conocimiento de un ensayo fuesen un imán para la lluvia para alegría del campo, al que he advertido alguna vez que cambie la devoción de San Isidro por la de Cervantes.

No se sabe si don Miguel vivió en Salamanca, pero sí que escribió mucho y bien de Salamanca: “La Cueva de Salamanca”, “Licenciado Vidriera”, “La Tía Fingida” o las citas en el “Quijote” de Salamanca justifican de sobra una calle y llegado el caso un busto. La calle de Cervantes (así se llama y cubre la remota posibilidad de que viviese en ella, según algunos) fue clave en el callejero del viejo Barrio Chino, emparentado con aquellas tiendas de carne citadas en “La Tía Fingida”, que a su vez eran familia de la Casa de la Mancebía origen del mito del Lunes de Aguas salmantino, cuya historia fascina a los de fuera.

El de este año ha sido tremendo. No ha visto una cosa igual José Palacios, el hombre de las bicicletas, vecino del Puente de Enrique Estevan, que pasa en su tienda los Lunes de Aguas con amigos y familia y después pasea por los alrededores del Puente Romano. Como nunca, me ha dicho rotundamente. Ahí donde este Lunes de Aguas los jóvenes retozaban apareció el bueno de Tomás Rodaja, transmutado en Licenciado Vidriera por esas fallas del cerebro. Un problema de salud mental, diríamos ahora, como el que aquel Villena que creía vivir sin sombra por haber engañado al Diablo en la Cueva de Salamanca, donde “a los que estudian en ella ninguna cosa les manca”.

Viva la Cueva de Salamanca y viva don Miguel y tráiganos este año lluvia, como casi siempre, que buena falta hace a nuestros campos. Pronto será San Marcos y el refrán reclama para esa fecha agua en los charcos, pero ya ve cómo están las cosas.

Por celebrar a Cervantes y ayudar al libro y la lectura este domingo salen las librerías a la Plaza Mayor. Ocupan los soportales y cuesta andar por ellos. Esto viene de los años de las Dictaduras. La de Miguel Primo de Rivera primero, y la de Franco después. Primo de Rivera la impuso en 1926. El 7 de octubre de aquel año se celebra por primera vez con la intención de que “eleve el nivel cultural de la masa ciudadana”, decían los portavoces gubernamentales.

Hubo acto social y literario en el Paraninfo, donde se proclama la necesidad de que se difundiese un libro “moral, puro, honesto, como debe ser todo libro escrito en lengua española”, según Nicasio Sánchez Mata, que era decano de Derecho y aquel día impartió la doctrina. Como todas las dictaduras aquella fue inmoral, impura y deshonesta, así que vaya ejemplo. Otro Miguel, Unamuno, fue víctima de las dos dictaduras citadas y sus libros se tienen hoy por morales, puros y honestos. Algún título suyo habrá por las mesas de las librerías aunque la edición de este año del Día del Libro esté dedicada a un músico, Tomás Bretón, a un escultor, Venancio Blanco, y a un pintor, Zacarías González. Tres artistas. Más que de libros, Bretón era de partituras y libretos; Blanco tiene su obra recogida en catálogos de exposiciones, igual que Zacarías González quien sí nos dejó un libro “La Falsificación”, que me pareció muy interesante cuando lo leí.

La Plaza Mayor es, además del mejor espacio para el libro, una galería de Letras con los rostros de grandes de nuestra literatura asomados a los medallones entre los que podría estar nuestra Carmen Martín Gaite, que sería buena compañera de Teresa de Jesús, de Unamuno, Cervantes, San Juan de la Cruz o Fray Luis de León, también de Bretón, que está por ahí en su medallón. Carmen, en cuyo relato (no tan inocente) de juventud contaba que aquel Barrio Chino se le aparecía lleno de misterios chinos, casas orientales, farolillos de papel y olor a sopa no entendía muy bien por qué a las chicas de su generación le tenían vetada la entrada a calles como la de Cervantes.

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