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Ya advirtió hace bastantes años Fernando Lázaro Carreter --creo recordar que en las páginas de este mismo periódico-- que la batalla contra los anglicismos era una batalla perdida. Lo suscribo sin ambages. Las lenguas, por fortuna, son organismos vivos que experimentan avatares, grandezas e infortunios con el paso del tiempo. En España la invasión de italianismos fue notable entre los siglos XVI y XVIII; los galicismos entraron a borbotones sobre todo a partir de ese último siglo. Y no olvidemos el tropel de arabismos que quedaron incrustados en el español desde la época de la Reconquista. Nuestra riqueza como lengua universal tiene ahí muchas de sus raíces, aparte, claro está, del inmenso sustrato clásico grecorromano que el propio Toni Cantó debería conocer.

De vez en cuando, tertulianos sabelotodo nos sorprenden con nuevas palabras, como “opinódromo” o “vacunódromo”, por ejemplo, o novedosas acepciones y curiosas bambollas y pomposidades artificialmente adosadas a vocablos plenamente consolidados. No tiene mucho sentido esgrimir vanas resistencias puristas o “anglomanías” viscerales ante un fenómeno imparable que, a la larga, también contribuye a enriquecer nuestro propio idioma. En lo que sí debemos ser cuidadosos es en discernir cuándo el uso de determinado vocablo o expresión está presente en el “almacén” léxico español y, por lo tanto, no hay necesidad de caer en la fácil solución de adoptar “anglicanismos” (que decía la ministra del dixit y pixit) sin más ni más.

Atrapados como estamos en la telaraña informática, ciertas traducciones que producían hilaridad al leer el manual de uso de determinados aparatos ya han desaparecido, tales como: “ejecutar el comando” o “eyacular el disco”. Quedan, no obstante, centenares de términos de difícil destierro a estas alturas, dada la fuerte penetración que han experimentado en determinados campos, como en las redes sociales. Últimamente, están teniendo sólido anclaje palabras que, expresadas en inglés, disimulan su carácter eufemístico para camuflar la cruda realidad del referente. Así, job jumping y job hopping remiten a la forzosa rotación, a cambios de trabajo no necesariamente deseados; nesting alude a hacer vida casera, como cuando nos veíamos obligados por la pandemia; coliving define la forzosa necesidad de compartir existencia y vivienda (no siempre por propia voluntad); y coworking (trabajo cooperativo o espacios de trabajo compartidos) ya está muy aceptado en el mundo laboral.

Pero no seamos tan papanatas como para entregarnos sin necesidad en brazos de vocablos foráneos, desaconsejables cuando en español disponemos de un idioma rico en matices y no siempre fáciles de trasvasar a otras lenguas. Por ejemplo, la frase “Me voy a ir yendo” no tiene desperdicio. Ni se presta a fácil traducción.

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