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Aquí, el agua es el Tormes, Águeda, Huebra, Yeltes... y el padre Duero. Aguas que inspiraron a poetas, como Unamuno; admiraron a humanistas como Lucio Marineo Sículo y alimentaron el ingenio de novelistas como Cervantes, que hizo nacer al lado de sus aguas a Tomás Rodaja, convertido unas páginas más adelante en Licenciado Vidriera. Al lado, también, tuvo Celestina su cueva, y las lavanderas tendían sus ropas mientras los tratantes oficiaban negocios de ganado. Aguas que cruzaron Lazarillo o Sansón Carrasco y también las meretrices de la Casa de la Mancebía en busca de perdón sin arrepentimiento. Si don Miguel vio en las aguas del Tormes el retrato de Salamanca, los fotógrafos hicieron negativos y positivos del Tormes con la ciudad al fondo de forma incansable. Aguas abajo, en Ambasaguas, un niño fascinado con ellas se haría poeta, José Miguel Ullán, y antes, un ledesmino, Ángel Luis Prieto de Paula, se aficionada a leer poesía para acabar escribiendo de ella, enseñándola y siendo responsable de poesía española contemporánea en el Instituto Cervantes. Supongo que Sánchez Rojas también quedó marcado en Alba por sus aguas, como Lope o Garcilaso.

Las aguas del Tormes eran purgativas, ahora que están de actualidad las purgas. No sé si tanto como la purga de Benito, pero quién sabe. Eran aguas que helaban a los estudiantes y al mismísimo demonio si se encontraba con ellas. Vamos a llevar a Lerma a nuestros ángeles y demonios, aunque no a todos: el de la Cueva de San Cebrián se queda aquí, que es nuestro y está de quieto. Los partidos viven estos días de listas y purgas con sus propios demonios. Ayer le preguntaron a Francisco Igea, de Ciudadanos, si se sabrá qué demonios pasó con los votos y contestó que se sabrá, seguro que se sabrá. Espero que en este asunto nadie de agua y se fugue de rositas. Los socialistas anuncian que traen a Pedro Sánchez, ángel para unos y demonio para otros, el martes que viene. Hay quien ve su gobernanza como una obra surrealista, un género que acaba de entrar en la Casa Lis por la puerta de las exposiciones. Una maravilla, algo digno de verse, de visita obligada, fascinante. Miró, Dalí y Picasso juntos. La exposición la presentaron ayer Carlos García Carbayo, la consejera Josefa García Cirac, con un broche de libélula, guiño al emblema de la Casa Lis, y Pedro Pérez Castro, que recibió un sinfín de elogios. El surrealismo, que surge de las aguas de los sueños, es el latido que marca el ritmo de esta muestra a escasos metros del Tormes, que se atisba desde los ventanales de la cafetería. Cuando la Casa Lis era una ruina, literalmente una ruina, despertó la imaginación del poeta Aníbal Núñez, cuyos versos escondían más demonios que ángeles, y el agua es metáfora de muchas cosas. También el surrealismo tiene sus demonios particulares.

Algo tiene el agua cuando la bendicen, pero el mejor elogio de la literatura se lo llevó el vino en boca de una trotaconventos que reparaba virgos como los cirujanos plásticos de hoy dando gato por liebre. Lucio Marineo repartió loas entusiastas al agua salmantina, que luego incorporaron otros a sus historias. ¿Qué habría dicho del agua de ahora? Hoy, el agua es un bien necesario, que merece consideración no solo un día al año (hoy), sino todo él. Sin agua, ni poetas, ni novelistas, ni artistas surrealistas, ni bautizos, sopas y estofados, refrescos, ni vida.

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