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HABRÁ que ir reconociendo lo evidente tras la sorprendente y bienvenida reducción de atropellos en Salamanca desde que entrara en vigor la prohibición de no superar los 30 kilómetros por hora en muchas de nuestras calles: lo acertado de una medida que ha conseguido reducir en sólo un año a la mitad el número de fallecimientos por este tipo de accidentes.

53 frente a la cifra de tres números que por estas fechas solía hacer pública la Dirección General de Tráfico desde hace más de veinte años (excluyamos el 2020 por las circunstancias especiales del confinamiento), es un dato extraordinario que mejora sustancialmente las expectativas más optimistas que había sobre este particular. Recordemos que apenas se profetizaba una disminución del 6 % de fallecimientos.

Ahorrarnos más de 50 muertos al año en una ciudad como Salamanca, sin contar con todos los que salvaron la vida, pero siguen recordando a diario un siniestro que les dejó secuelas para siempre, bien ha merecido la pena por llegar un poco más tarde a esos lugares que nos dirigíamos jugando a ser el Fernando Alonso de andar por casa. También es un dato que en cualquier caso compensa aquellos supuestos inconvenientes de los que nos hablaban los mecánicos: esas misteriosas partículas que se iban a acumular en el sistema de escape de nuestros automóviles.

Pero si ya esta reducción de atropellos mortales es una noticia suficiente para el festejo de todos y muy especialmente de los peatones con más de 65 años, que eran las víctimas habituales de este tipo de accidentes, sumémosle también el hecho de ir acercándonos un poco más a esa ciudad moderna y saludable que soñamos algún día para nosotros y nuestros hijos, esa que nos evita y les evitará a ellos, la alta contaminación de humo y ruidos que desde hace tiempo venía detectándose en algunas de las zonas más céntricas y congestionadas de tráfico de nuestra ciudad.

Ojalá, por cierto, que como esta tan sencilla y necesaria idea de la reducción de velocidad en nuestras ciudades, sigan surgiendo otras de vez en cuando de la cabeza de chorlito nuestros dirigentes y que de verdad nos hagan sentir que efectivamente, aunque no lo parezca, tenemos a alguien responsable al volante y que cuando toca sabe levantar el pie del acelerador por el bien de todos.

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