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MENUDO escándalo lo del agua. Ha caído tanta que no sabemos qué hacer con ella. Santa Teresa ha abierto compuertas y el Puente Romano lo ha notado, aunque no tanto como en las riadas de entonces, de las que siempre, como la de San Policarpo, que se llevó por delante en 1626 a 452 casas, además de varios conventos, según Villar y Macías. A partir de entonces, el que podía se metía dentro de las murallas, cubriéndose todo lo que podía del chaparrón. Aquello sí que era, a la menor se anegaba el Arrabal y había que rescatar a vecinos con barcas como relató la prensa en su momento y dan testimonio las fotografías correspondientes. Por su parte, la vega salmantina se inundaba y era tremendo porque el agua llamaba las puertas de la ciudad, aunque también enriquecía la tierra. Hay imágenes de la Salamanca de entonces en las que detrás del monasterio de los mostenses, hoy noviciado de las Jesuitinas, solo se ven huertas que abastecían el mercado. Así era la vega, que llegaba hasta la misma Aldehuela. El remate a la Cuesta de los Locos, al final de Canalejas, donde la fábrica de los Brufau, se llamaba el Espolón, como si se tratase de un rompeolas. En alguna de aquellas crecidas anteriores a la construcción del pantano de Santa Teresa, inaugurado en 1960, el agua anegó la casa de máquinas que impulsaban el agua al depósito de Cuatro Caminos por el Camino de las Aguas, de ahí el nombre, y el susto fue gordísimo.

El Tormes era un modesto río en verano, pero el resto del año se venía arriba con las lluvias y el deshielo y se llevaba todo por delante salvo sus choperas, asiento de históricos merenderos como el del “Castigo”, de Eustaquio Diéguez. En el estío servía de refresco a los salmantinos, que hacían de La Aldehuela su playa, incluidos chiringuitos, con mucho cuidado, porque todos los veranos el Tormes se cobraba su tributo en vidas. Pero el resto del año, el río era asunto de los pescadores de aquel Barrio de Santiago retratado por Abraido del Rey; de los imprescindibles aguadores, de las lavanderas, que protagonizaron las primeras imágenes grabadas en Salamanca por el genio de Augusto Márquez en 1897, y asunto de molineros y fabricantes de luz, como Carlos Luna, que no fue el único con intereses en las aguas del Tormes: Anselmo Pérez Moneo y Vicente Maculet, dos de nuestros industriales históricos, movieron sus hilos para hacer negocio con el agua a domicilio, que tardó en llegar a los grifos y no fue fácil. Aquello de ensayo y error estuvo en esta historia a la orden del día.

Cuando se metió en cintura al Tormes, el alcalde Pablo Beltrán de Heredia pudo hacer entre 1974 y 1975 el primer tramo del Paseo Fluvial, que llamaba de las “dos norias”, y su parque correspondiente, que tuvo su prolongación con el impulsado después por Alfonso Fernández Mañueco hasta La Aldehuela. El alcalde Carlos García Carbayo ha decidido irse por la otra orilla desde las Salas Bajas hasta Tejares en busca del origen de Lázaro de Tormes, una de las figuras literarias de nuestro Tormes. Río que tuvo piscina, barco, pudo tener balneario y alguien soñó con un club náutico. Se quedó en club de piragüismo. Aguas místicas, sarnosas, delicadas, ricas en peces, que quizás oculte cuevas, decía Botello de Moraes, y aguas bravas cuando les da por eso.

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