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Acaban de condenar a Sarkozy, y aguardo con impaciencia que los Pablo Iglesias de este mundo pasen a considerarlo “preso político”. ¿Por qué al expresidente francés no le brindan el mismo tratamiento que el que le vienen dando a Puigdemont, Junqueras y compañía? ¿A qué se debe ese doble rasero? ¿Denunciarán también la “anormalidad democrática” de Francia?

Más allá de enredos y simulaciones posteriores, recordemos cómo se desenvolvió el lloriqueo originario de Iglesias en aquella entrevista publicada por el diario Ara. Cuando nuestro vicepresidente denunció que no estábamos en “plena normalidad democrática”, lo hizo aludiendo a un prófugo (él lo llama “exiliado”) y a un condenado por delitos de sedición y malversación. Ahí, justo ahí, es cuando le entró la reseñada pesadumbre. En consecuencia, lo que Iglesias estaba proclamando es que ciertos políticos no han de estar sujetos a la ley. Es curioso que quien vendió la milonga de que venía a acabar con la casta, sea tan sumamente defensor del establishment, como para entender que algunos políticos han de situarse por encima del Estado de Derecho. No me sorprende la conducta de Iglesias. Acumula ya mucha hemeroteca como para que quepa sorpresa alguna. Pero no deja de ser asombroso que esa defensa del privilegio (el privilegio de la impunidad, el privilegio de que la ley no ha de alcanzar a todos) aún muchos la perciban como “afán por mejorar la democracia”.

En esa misma respuesta a Ara, añadía Iglesias otro ejemplo de anomalía democrática: la entrada en prisión de Pablo Hasél. Por eso cabría preguntarse por qué no se le escucharon tales lamentos en anteriores circunstancias. A modo de ejemplo. En febrero de 2018 fue condenado un tuitero por lanzar mensajes de esta repugnante guisa: “A mí me gusta follar contra la encimera y los fogones, porque pongo a la mujer en su sitio por parte doble”; “53 asesinadas en lo que va de año; pocas me parecen con la de putas que hay sueltas”; “Marta del Castillo era feminista y se tiró al río porque las mujeres se mojan por la igualdad”, etc. Cuando el Supremo condenó a este sujeto a dos años y medio de cárcel, ¿estaba reprimiendo su libertad de expresión? Si esas abyectas regurgitaciones, en vez de vomitarlas en sus tuits, las hubiera rapeado, ¿habría entonces que contemplarlas de otro modo?

En torno a Hasél y la normalidad democrática también hemos encontrado en Salamanca alguna concentración de apoyo; e incluso en el último Pleno del Ayuntamiento se han escuchado desconcentradas declaraciones al respecto. Un día, aguardo, quizá descubramos que no es saludable invocar la democracia de forma torticera y tergiversada; y tal vez constatemos que la libertad sin límites no nos hace más libres... sino más fanáticos.

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