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Para Helena

Agua con viento del sur / cálida flor del otoño / por laderas y riberas / corren regatos y arroyos.

Así principiaban ciertos versos de un poema que ya tiene años. Pero ni el tiempo transcurrido desde entonces, ni las canas de abuelo que hoy despeino, le quitan un ápice de emoción y alegría a la vida cada vez que se barruntan las borrascas atlánticas y se confirma el pronóstico: llega el agua. Aunque haya locutores estúpidos que a la lluvia le llaman tiempo adverso. Hay que ser gilipollas.

Llueve por fin con abundancia y generosidad tras tantos meses de sequía, después de un verano sediento que cuarteó los barbechos, resecó las charcas y agostó los majadales. Donde la primavera, que por fortuna fue pródiga en aguas, nos había surtido de un pastizal ubérrimo, al cabo, tras cinco meses sin caer una gota y el abusivo careo de los ganados, los prados solo enseñaban las boñigas resecas de las novillas, salpimentadas por el fogonazo violeta de los quitameriendas.

Es un privilegio vivir el otoño ahora que el agua ha vitalizado la estación y podemos acercarnos a la orilla del Tormes a ver cómo se decoloran estos días los tilos, los fresnos y los sauces de las márgenes, que puntuales con el calendario ofrecen su emocionante paleta de colores: sienas de los cuadros de Veronés, amarillos robados a Kandinsky, ocres de las pinturas de Cézanne. Mayor privilegio será, aliviado el confinamiento, podernos llegar hasta el campo charro y allí apreciar la abundancia y generosidad de esta montanera, con las encinas cargadas de bellotas como muy pocos años se ha visto. Orondas, nutritivas bellotas que prosperan gracias a las últimas lluvias y mudan del color verde botella juvenil al avellanado de su madurez, que tanto aprecian en sus merodeos los cebones ibéricos.

Y da gloria contemplar estos días el afán laborioso de los tractores, con sus sembradoras a rastras entoñando el trigo candeal o el guisante forrajero, por aprovechar el tempero de los barbechos y entregar la semilla en el momento justo.

Todo gracias al agua mansa y constante que está cayendo estos días, como impagable maná que nos redima de tanta desazón como acarreamos.

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