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Que el primer niño salmantino del año se llame como uno, Santiago, es una señal, supongo, que todavía no he interpretado. Ni siquiera abducido un año más por el concierto vienés de Año Nuevo bajo la batuta de Daniel Barenboim, que estuvo en Salamanca en 2004, cuando todavía nos encontrábamos con la resaca del 2002 y su Capitalidad Europea de la Cultura. Este año se cumplen –y celebran, creo—veinte años de aquel acontecimiento que trajo cambios importantes. En 2002 se intentó convertir el convento-colegio de las Adoratrices en auditorio con un espléndido proyecto de Emilio Sánchez Gil. Veinte años después se anuncia que el recinto será parque y centro cultural. Una parte de él se dedicará a las plazas de toros salmantinas, y la primera fija estuvo ahí desde 1840 a 1863, cuando se inicia su derribo por ruina: veintitrés años. Su piedra sirvió para construir la nueva, en las afueras de la Puerta de Zamora, previa a la actual. Hay alguna foto en la que se ve aquella plaza del Campo de San Francisco derruida con las Úrsulas al fondo. En 1886 el solar lo adquirieron las Adoratrices y construyeron un convento, colegio y sobre todo reformatorio, que tuvo una prensa horrible. Este pasado verano la compañía Komo Teatro representó una espléndida obra titulada “Muñecas rotas”, que trataba de aquella labor de las Adoratrices recogiendo mujeres relacionadas con la prostitución y rechazadas por la familia, siguiendo la tradición salmantina de las casas de recogida. Roberto Sánchez fue el autor del guion, que adaptó a la escena Amalia de Prado, actriz junto a Bernardo Barrios, Elisa Coca, Edith del Campo, Débora Martín, Ruth Gala y Félix Nieto, quien, por cierto, fue uno de los actores que participaron en la ofrenda a Unamuno de este año. Luis Gutiérrez y Paz Lleras le acompañaron. En fin, no les faltó trabajo a las Adoratrices con un Barrio Chino al alza en la Salamanca del siglo pasado, sobre todo con la fiebre del wolframio. Fue, según las crónicas, un espacio de miedo.

Me vino todo esto a la cabeza el viernes durante la ofrenda floral a Unamuno. Escuchaba de fondo la música de la banda, los sones charros, el rumor de la gente y la declamación de los actores, mientras veía a Alfonso Fernández Mañueco y Luis Fuentes, juntos, compartir espacio en aparente armonía, aunque la procesión electoral iba por dentro. Me alegré de ver reincorporado a la normalidad a Fernando Castaño, pero eché de menos a algunos conocidos por los que debo preguntar. Bien la elección de Vicente González para la ofrenda de este año. Es un unamuniano de corazón. Ya resulta imposible asistir a la ofrenda el 31 de diciembre sin la sospecha de que don Miguel podría haber sido asesinado en su casa, a escasos metros de los asistentes, según el relato de Manuel Menchón y Luis García Jambrina, quien ya acarrea a las librerías su “Manuscrito de niebla”, nueva entrega de la saga de Fernando de Rojas, en la que aparece Antonio de Nebrija, protagonista de este año. Por cierto, José Juan Morcillo Pérez, filólogo y antiguo alumno salmantino, será noticia este año por el desarrollo de una teoría según la cual Fernando de Rojas fue el autor del “Lazarillo de Tormes”, que es, dice, una novela jurídica. Parece inocentada culta, pero con Lázaro nunca se sabe. Todo esto me rondaba la cabeza en la ofrenda a Unamuno, que tenía de fondo los andamios que sirven para la reparación del convento de las Úrsulas, que quizá se convierta en hotel. No sería el primer intento.

Pronto tendremos en la calle los andamios de la reforma de las Adoratrices y costará imaginar a don Miguel paseando por ella con la barbilla proyectada hacia adelante y las manos atrás, como se representa en la escultura de Pablo Serrano receptora de la ofrenda floral e inaugurada el 31 de febrero de 1968 con protestas estudiantiles al fondo. Si una certeza tiene este nuevo año es que se hablará de Unamuno.

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