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Leí hace un tiempo que cuando Sigmund Freud era todavía muy joven se pasó un año en Trieste, becado por un discípulo de Darwin, con el objetivo de detectar, estudiar y analizar los testículos de las anguilas. Para ello diseccionó a más de cuatrocientas anguilas en busca de unos testículos que nunca aparecieron, por la sencilla razón de que las anguilas —salvo que algún experto me corrija— no tienen testículos.

Pues bien, en la supuesta búsqueda de soluciones para Cataluña los entendidos de la cosa política andan desde hace tiempo detrás de algo parecido a lo de los testículos de las anguilas, con fórmulas más o menos imaginativas que pueden sonar a panaceas, pero que en ningún caso aportan resultado alguno. Porque la respuesta no está en los testículos, ni en otras glándulas productoras de hormonas y espermatozoides. La respuesta está en que durante cuarenta años la educación se ha dejado al albur de los caprichos de la política supremacista y racista de los gobernantes catalanes, desde Pujol hasta nuestros días. Y perpetrado ante las mismísimas narices del poder central que, en aras del posibilismo a cambio de votos, ha ejercido de alegre consentidor, cuando no de entusiasta mamporrero.

El adoctrinamiento en las escuelas con fines ideológicos, políticos y lingüísticos está más que probado. Instituciones de todo tipo, medios de comunicación en manos de afectos a la causa, subvenciones y otras estrategias de éxito se han utilizado sin rubor para ejercer el control social y romper el orden constitucional. Todo ello en aras de una auténtica y definitiva “personalidad catalana”. Y si no, que se lo pregunten a Jesús Rul Gargallo, autor de un reciente estudio sobre el adoctrinamiento escolar a manos del nacionalismo catalán. En su libro, este docente que durante más de treinta años ejerció como inspector de educación en Barcelona, demuestra conocer al dedillo todos los intríngulis estratégicos encaminados a la construcción de una identidad que la propaganda antiespañola y los libros de texto se encargan de cimentar a base de patrañas. No se trata de una construcción simbólica, sino real, en la que la manipulación de los contenidos, la imposición de una lengua sobre otra y el omnipresente poder nacionalista van de la mano.

Ante la pasividad de nuestros gobernantes, que siguen buscando los testículos de las anguilas catalanas, los responsables educativos de esa autonomía hacen todo lo posible por implicar a los escolares en el proyecto secesionista. Les importa poco la Declaración de los Derechos del Niño (ONU 1959), que contempla, entre otras cosas, el derecho a recibir una educación basada en la tolerancia, la amistad entre los pueblos, la paz y la fraternidad universal. A esos tipejos se la bufa, como diría un eximio cabeza de lista.

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