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Estaba pregonado el confinamiento de la capital salmantina por razones sanitarias, se veía venir, y esta madrugada próxima, cuando acabe el día de Santa Margarita de Alacoque, será efectivo. Santa Margarita, San Cosme y San Damián dieron nombre al establecimiento sanitario que después sería hospital de la Santísima Trinidad en el lugar que hoy ocupan las Siervas de San José, cuya fundadora, Bonifacia Rodríguez, comenzó su andadura hacia la santidad en la Casa de Santa Teresa, en 1874, donde la “andariega” hizo su primera noche en Salamanca un 31 de octubre. Y fue en el día de Santa Teresa de Jesús cuando el dúo dinámico de la sanidad regional, Igea y Casado, dieron la mala nueva. Si alguien sabía de confinamientos esa era la abulense. En fin, la Historia tiene sus enredos y coincidencias. El caso es que desde esta noche no podremos salir de Salamanca ni tampoco se podrá entrar en ella sin salvoconducto, lo que nos lleva a las memorias de Luis Maldonado y sus recuerdos del cantón salmantino en el verano de 1873, aquella iniciativa por la que nos quisimos librar de la tiranía de Madrid. Fuimos durante unas semanas república independiente dentro de la República Democrática Federal de aquellos días; los mayores, aun traumatizados por La Gloriosa, se temían lo peor, mientras los chavales disfrutaban de zanjas, barricadas y demostraciones militares; se vigilaban los caminos desde la Torre de la Catedral y la escasa muralla por los que un día aparecieron tropas gubernamentales: hubo conversaciones y el cantón salmantino terminó como empezó. Fuimos ciudad-estado aquel verano, un poco al modo de estas dos semanas que vienen. De la misma época, Francisco Fernández Villegas, en su “Salamanca por dentro”, calificó aquel episodio de “regocijo y cómico sainete”. Del confinamiento de ahora, pocas bromas: hay mucha salud, dinero, trabajo y futuro en juego.

Si hoy tuviésemos muralla todo sería más fácil de controlar: bastaba con cerrar las puertas con todos dentro y ya está, pero la muralla sucumbió definitivamente en las vísperas de la Revolución del 68, como cuenta el investigador del siglo XIX Enrique García Catalán, y las puertas fueron desapareciendo una a una al tiempo que los sillares de la muralla daban trabajo y dinero. La última puerta en sucumbir fue la de San Pablo. Y la más dolorosa de perder fue la de Puerta de Zamora, que tenía su arte y era un símbolo del viejo esplendor de la ciudad. Hoy, el control de entradas y salidas será más complejo.

Estoy seguro de que aquellos días acantonados tienen sus libros en la Biblioteca General de la Universidad de Salamanca. Felicidades, por cierto, y si fuese el día, a Margarita Becedas, alma, corazón y vida de esa Biblioteca, en la que se guarda memoria de otras pandemias y encierros. Margarita Arroyo, farmacéutica, además de saber de pandemias sabe de la farmacia y las pandemias en la Literatura, como demostró en Salamanca. Muchos tenemos claro que nos faltan más ciudadanos como Margarita Salas y nos sobran políticos. Diga usted (me han dicho que diga) que España le viene grande a nuestros políticos, que ya fue el gran mal del siglo XIX, añado. Una viróloga, Margarita del Val, advirtió de lo que está pasando, y una historiadora y escritora admirada, Margarita Torres, enamorada de Salamanca, dice que esto da para una novela de espanto. El caso es que aquí estamos, esperando el final del acantonamiento, deshojando la margarita de este episodio y sin más consuelo que un “margarita” bien cargado de tequila.

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