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En el Carmen de Abajo, a donde llegó el agua en la riada de San Policarpo, en 1626, y donde vivió San Juan de la Cruz, como recuerda una escultura de Fernando Mayoral, de las mejores de Salamanca, que hay enfrente, han sacado sus frailes los santos a la calle para sus devotos. La proclamación del dogma de la inmaculada concepción de María despertó el fervor mariano en Salamanca y los vecinos hicieron altares en las puertas de su casa, dando lugar a la Capilla del Desagravio, en la Catedral, por cierta agresión a uno de esos altares. Mis mayores recuerdan aun cuando la capilla del Cristo de los Milagros o de Santa Ana se encontraba en la calle del Cristo de los Milagros y sus fieles se arrodillaban a cualquier hora en la calle a rezarle credos por ver si lo suyo tenía arreglo. La calle del Jesús –como cuenta Espronceda en “El estudiante de Salamanca”—recibe el nombre de un crucificado que se exponía en ella, si no, seguiría llamándose calle del Ataúd, por su forma: ancha en un extremo, estrecha en el otro. En este caso, se exponen la Virgen del Carmen, que pronto tendrá su celebración, aunque sin la procesión “marinera” en Alba para sacar de las aguas del Tormes su imagen; y la talla de San Judas Tadeo, que atrae el último miércoles de mes a muchos peticionarios de asuntos difíciles, para lo cual es imprescindible tocar su manto como en Murcia las huertanas le zurran con la esparteña o alpargata a San Cucufato para que espabilase con las cosas del huertano de sus amores. Quizá si Paloma Cuevas ... pero quién puede saberlo.

El lunes es fácil adivinar la quiniela del domingo pasado y hoy sabemos qué habría que haber hecho para minimizar el impacto de la pandemia, pero hoy. Cuando el toro ha pasado todo el mundo sabía lo de Enrique Ponce y Ana Soria, y que algo pasaba cuando Paloma era abrazada por un acompañante días atrás. Sí, algo pasaba. Nuestra Paloma, hija de un trastulo del Estudio salmantino, torero querido por aquí y apoderado de Julio Robles, Victoriano Valencia. Algo de aquí tiene Paloma, que no se equivoca, no, poniendo a su marido las maletas en el descansillo, aunque eso ponga en entredicho el “hasta que la muerte os separe”, que es una fórmula que no siempre se cumple, dejándonos en según qué casos, como este, conmocionados, porque al final, creer en el amor eterno es una necesidad vital, tan eterno como Olivia de Havilland, que cumplió esta semana 104 años y recordé que estuvo rodando en Salamanca “La princesa de Éboli”. Se ve que ni San Cucufato ni San Judas Tadeo han podido hacer nada o no se les han pedido reglamentariamente.

Tomen nota los concejales que el pasado viernes celebraron “cortes” en el Palacio de Congresos y le han reclamado a Don Pimpón, perdón, quiero decir al ministro José Luis Ábalos, mejoras ferroviarias, que nos estamos quedando aislados y con cierta sensación de pertenencia a la España abandonada más que vacía o vaciada, y rezando a San Judas. La Salamanca abandonada, como un recuerdo de jardín, evocando la maravillosa antología de José Luis Puerto, recién reeditada. Una Salamanca a la espera de tiempos mejores, llenos de innovación –por la que Ignacio Sánchez Galán ha recibido un premio—o economía digital, que es lo que se impone: se van a poner en marcha cursos municipales al pequeño comercio para guiarle por el mundo de las pantallas. Otras pantallas ya se frontan las manos, higienizadas o no, por el caso Ponce-Cuevas.

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