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La pandemia ha convertido en populares a muchos científicos sanitarios apenas conocidos más allá del edificio en el que trabajan. Adolfo García Sastre es uno de ellos. Ha regresado a Salamanca desde el Mont Sinai estos días y el viernes, cuando bajaba por la calle Toro en dirección a la Plaza Mayor, muchos de los que se cruzaban con él giraban la cabeza y comentaban algo. Pude haberle parado y decirle que fui amigo de su profesor Enrique Villar. Ha participado en el encuentro europeo de jóvenes investigadores, que uno quisiera que durase todo el año, que no reclaman sino medios y el SMI, o sea, futuro. También ha estado Alfredo Corell con sus fascinantes camisas y su arsenal de cacharros didácticos que nos ha facilitado entender mejor desde la televisión lo que estaba pasando a uno lado y otro de las mascarillas. En su caso, la popularidad le ha echado encima a la homofobia más rancia y radical española. No podía faltar en un encuentro así nuestra Conchi Lillo, cuyos tuits científicos de visiones microscópicas me paralizan cada vez que publica una. Y soy de Letras. Quizás por serlo. El encuentro finaliza hoy con entrega de premios y la despedida. Lástima. Una guinda espléndida para una semana apasionante en lo sanitario también con el vaciado del “Virgen de la Vega”, que se ha convertido de noche en un espectro. Apenas una o dos luces dan fe de su localización por la noche. Cuando cae el sol se va poco a poco a negro hasta formar parte de la oscuridad y un paseo por su interior a esas horas te convierte en protagonista de cualquiera de los episodios de “Resident Evil”, pero sin Lolita Davidovich, o de un cuento de “Muertos S.A.”, de Luis García Jambrina, que ayer anduvo de firma en la madrileña Feria del Libro. Los tuiterienses hemos seguido (y sentido) el cierre gracias al urgenciólogo Jorge G. Criado, que venía a insinuar que haber trabajado allí imprimía carácter. Algo que también me confirmó hace unas horas otro médico, Felipe Hernández. El momento ha sido histórico, pero también ha tenido cierto perfil mágico. Ahora, esperamos su resurrección.

El nuevo hospital ha entrado de lleno en nuestras vidas –y nuestras vidas en él—con sus amplios espacios y sus letreros luminosos, y promete emociones muy fuertes esta semana al tiempo que volvemos a lo más parecido a la normalidad que permiten estos tiempos. Lo anunció el vicepresidente Igea, que es, como sabe, la alegría de las huertas urbanas, que están inundando de tomates y calabacines nuestras vidas hasta salirnos el pisto por las orejas. También él puede ir a negro. Será el martes coincidiendo con la llegada del otoño y quizá la confirmación del noviazgo de nuestra Silvia Alonso y el humorista Broncano, unidos por el hornazo en una noche con chispas que traspasaban la pantalla. Los dos presumen de sentido del humor. Algo que también pudimos comprobar esta semana en la presentadora Sandra Golpe y la reportera Elena Salamanca en su paso por la gala de los Premios Solidaridad de Cruz Roja. Un cuarto de siglo de premios que han sacado a la luz acciones individuales y colectivas que cada año nos han sorprendido y emocionado. Me siento orgulloso de haber formado parte del grupo de presentadores.

Imposible sobrevivir a estos tiempos sin sentido del humor, si quiera para contrarrestar al dúo dinámico de nuestra Sanidad. Los jóvenes así lo entienden y reparten su existencia también con el humor y la música. También la Ciencia tiene su humor. Laura Toribio es salmantina, matemática, astrofísica y reclama más mujeres en la Ciencia desde sus monólogos, el último ante la reina Letizia. Alberto “Cabrillas” reivindica el mundo rural. Sara Escudero fue alumna de estas aulas. Quequé nació y estudió en Salamanca. También Sergio Olvidado y Manuel Burque. Quizá con el tiempo se hable de un humor salmantino en el que quepa la reivindicación, el conocimiento, la noche, los estudiantes y turistas, el patrimonio... Me gustaría.

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