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Yermos transfronterizos

Yermos transfronterizos

Román Álvarez

Domingo, 20 de enero 2019, 05:45

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Mucho se ha escrito últimamente sobre la irremediable catástrofe demográfica a la que estamos destinados en algunas zonas peninsulares. Por ejemplo, en toda la raya portuguesa, desde Orense hasta Badajoz, hay una densidad de diez habitantes por kilómetro cuadrado. El viajero que recorra esos territorios sólo podrá dialogar con el viento, frecuente compañero de viaje por esos lugares desolados y baldíos. También con los lobos, indisputados señores de esas comarcas. La evidente despoblación recuerda, dicen los estudiosos, a Laponia y otros predios nórdicos. Entre España y Portugal abundan los paisajes vacíos de seres humanos, espacios profusamente enmarañados donde se hermanan y entrecruzan las áreas boscosas salvajes e intransitables --convertidas en potenciales presas de lumbres y otros desastres veraniegos— y los barbechos, sebes, cortinas y desmochados tapiales, vago recuerdo de lo que un día fueran tierras de labranza. El concepto de "la Salamanca vacía" al que alude una reciente Tribuna en este mismo periódico está, en mi opinión, más que justificado. Luis Alfonso Hortelano denuncia en su informe la penuria demográfica actual y, lo que es peor, la brumosa perspectiva futura que nos aguarda. Los datos estadísticos son incuestionables y escasamente esperanzadores. O sencillamente deprimentes. El número de habitantes desciende, los jóvenes se van, los empadronamientos se desploman y, sin embargo, las entidades locales de una provincia como Salamanca, cada vez más envejecida, pugnan por la supervivencia y demandan mejoras elementales en temas de transporte, comunicación, nuevas tecnologías y otros servicios básicos.¿Y qué sucede al otro lado de la raya? Porque desde el punto de vista de la geografía física, nada separa a Portugal de las regiones fronterizas españolas. En última instancia, estamos, como decía Eduardo Lourenço, ante un mismo destino común intrapeninsular. Y añade el pensador portugués que la historia de la Península Ibérica es la historia de una Penélope que teje y desteje sin cesar la urdimbre de una perpetua andadura común a uno y otro lado de esa línea divisoria que otrora fue una "raya quebrada" y ahora apenas si distinguimos el tránsito de un país al vecino. La linde es –y por siglos ha sido-- más simbólica que real. Tanto Lourenço como Unamuno fueron dos incansables viajeros a ambos lados de la raya. Como nos recuerda una reciente publicación del Centro de Estudios Ibéricos coordinada por Valentín Cabero y Rui Jacinto, Unamuno y Lourenço conciben la naturaleza como algo vivo, poblado de seres humanos sujetos a unas circunstancias socioeconómicas muy concretas. Ahora, los humanos parecen abocados a la desaparición. Tan solo quedará el aullar de los lobos en medio de un desolador vacío si no se le pone remedio.

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