Un guiso rojo

Lo cual que paseaba yo mis zancarrones por le Feria Ganadera, topéme con el Diputado de turismo, pura hidalguía serrana, e invitóme a un show cooking, que es más o menos lo que hace Arguiñano en la tele, guisar a la vista del respetable. Entróme la curiosidad y aceptéla. Ocurría que la Diputación promocionaba tres de nuestros productos estrella: la lenteja de la Armuña, la ternera charra y el garbanzo de Pedrosillo. A los invitados nos regalaron sendos saquitos de las populares legumbres, impecablemente limpias. Y el columnista, que algo se parece a aquel abuelo Cebolleta del TBO contando viejas batallas, se le vinieron a la memoria algunas viejas escenas. La secuencia más remota, sentado junto a la cocinera y alguna hermana chica, en torno a una mesa de mármol blanco, escuchando historias y cuentos, mientras íbamos escogiendo las lentejas, para consumo de una familia más que numerosa y miembros con muy buen saque. Se adquirían sin limpiar de impurezas y hasta con piedrecillas —muchas chinitas quité—, labor para la que eran muy útiles nuestras pequeñas manos. ¡Y pensar que entonces solo me gustaban en puré!, pero teníamos que tomarlas por aquello del hierro, y achaco parte de mi "mala salud de hierro" a su consumo frecuente en la casa paterna, junto al diario cocido, con la también legumbre armuñesa, el garbanzo. Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más