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Ángel J. Ferreira
Viernes, 21 de abril 2017, 06:45
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Por Madrid y por otros sitios. Las aguas bajan turbias. La causa de la suciedad no es otra que la corrupción, que parece enfangar el sector público hasta el punto de que ante los ciudadanos ser político está convirtiéndose en sinónimo de maleante, de canalla y de cínico. Y esto es grave, pero la percepción del hombre de la calle no es gratuita: abre los ojos y se encuentra con tantos ejemplos de ex ministros, ex presidentes de comunidades autónomas, ex alcaldes, ex consejeros€, y claro, la reacción entre quienes viven de su magro sueldo, pagan sus impuestos religiosamente y no cobran comisiones, solo puede ser una: España es una charca podrida por la corrupción. ¿Quién se salva aquí?¿Pondría usted la mano en el fuego por nadie que se dedique a la cosa? Si lo hiciera, sería pasto de las carcajadas de sus vecinos, que lo tildarían de ingenuo, inocentón y hasta bobo, siempre que además no sembraran la duda sobre sus verdaderas intenciones: tendrá alguien en su familia del partido, algo se habrá llevado él, estará rascando y no nos hemos enterado. Todo menos aceptar que en esa charca hay sapos pero también personas limpias que pagan por los pecadores pringados en la mierda. Por eso es urgente poner fin a este sin vivir de los ciudadanos honrados, que no piden mucho, ¿o sí?, pues solo esperan que los políticos no sean unos ladrones y se dediquen a trabajar por el país. Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más
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