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Tomás Pérez Delgado
Martes, 8 de enero 2019, 18:37
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Ha sido durante la presidencia de Obama cuando el eje central de la política exterior americana se ha desplazado de Europa hacia el Pacífico. El Viejo Continente ha comenzado así a perder aceleradamente su posición preeminente y parece adentrarse en una crisis de que la que el Brexit, el fracaso de las reformas de Renzi y la eclosión de los populismos son algunos de sus síntomas más visibles. Ahora, en cumplimiento de lo dicho durante la reciente campaña, el presidente electo de los Estados Unidos no se recata lo más mínimo en remachar la idea de que puede darse por muerto el aún no nacido Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones y que la OTAN subsistirá solo en la medida en que los aliados europeos de Norteamérica decidan sostenerla con su propio esfuerzo económico. Para más INRI, y para que a nadie quepa duda del papel que Washington piensa asignar a la UE en el diseño de la nueva estrategia mundial preconizada por Trump, convendría tener presente que un tipejo impresentable como Neil Farage ha sido la primera personalidad europea –es un decir- en ser recibida con honores en la Tower Trunp, sede provisional de la infausta Tabla Redonda que diseña el futuro de Camelot. En ese nuevo reino del disparate, será Rusia, y no Bruselas, quien tienda a ocupar la delantera, con riesgo evidente para bálticos, ucranianos, moldavos y un largo etcétera. Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA
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