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Juan Carlos García-Regalado
Jueves, 27 de marzo 2014, 05:45
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Ante la muerte siempre tendemos a subrayar la injusticia de morirse, y siempre destacamos que el muerto de turno no merecía haber muerto. Basicamente, solemos escuchar en los corrillos de los funerales, todos los muertos eran "buenos", con lo que llego a la conclusión de que la muerte purifica la mala vida, purifica a los sinvergüenzas (y que mejor cosa que un sinvergüenza se muera) y purifica la memoria de los que vamos quedando bajo el palio de un gran refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.Pero con la muerte de Adolfo Suárez se han pasado. Nunca escuché ni leí tanta hipocresía como la que he escuchado y leído estos días. Si muchos llegaron a creerse que derrocaron a Franco con una revolución popular, muchos se han creído que caminaron codo con codo con Suárez en el camino hacia la democracia. A "mi" Suárez lo apuñalaron, lo insultaron (de franquista para arriba, todo), lo negaron, lo olvidaron (en Salamanca completamente, empezando por "su" Universidad), lo ignoraron, lo envidiaron (muchísimo, sobre todo los feos y los trepas), lo maltrataron y nunca, en todos estos años, nadie ha preguntado por él salvo cuando se publicó aquella fantástica foto que Adolfo Suárez Illana tomó de espaldas de su padre y del Rey.Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA
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