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PUES sí, me equivoqué. Por diez días. Anunciaba yo malos momentos en fechas próximas y erré el tiro con dos asuntos. Perdón, eso de errar el tiro suena fatal en las circunstancias actuales, como se verá. Además, no fallé tanto. Había previsto en mi columna del día 14 de febrero que los resultados de las elecciones de Castilla y León, fueran los que fueran (reconozco algunos matices pertinentes) no representarían un desahogo intelectual para la vida política de la región. Llevado por un desaliento suficientemente justificado, me atreví a decir con todo mi desparpajo que la finalidad fundamental de esas elecciones era desmontar algún lío político (o hacerlo aflorar astutamente, sesgándolo). Lo acaecido en los días siguientes, e incluso en otros previsibles, demuestran que no iba yo demasiado perdido en mis conjeturas. Mientras por aquí nos dedicamos a rizar el rizo, en las tierras del este, no tan lejanas, asentándose en argumentos podridos, hierve la más repugnante violencia: vuelve la guerra a Europa. Otra vez despierta lo que creíamos era patrimonio de naciones más lejanas y beligerantes, aunque no por ello más resolutivas (recuérdese el humillante abandono de Afganistán, por ejemplo).

En mi columna del 14 de febrero –la que erró el tiro– tocaba madera para evitar que las amenazas recíprocas de un asesino (el improperio no es mío: así calificó Biden al sátrapa de la actual Rusia) y del tarado con ansias de grandeza del Kremlin.

Ingenuo de mí, había hecho caso de las informaciones del diario estadounidense de mayor prestigio: el Washington Post (que no vive solamente del caso Watergate): Rusia –aseguraba– prepara una ofensiva contra Ucrania con hasta 150.000 soldados a principios de 2022. Algunos expertos en estrategias bélicas aseguraban que, en efecto, los rusos invadirían Ucrania de inmediato, porque no se podría mantener demasiado tiempo un gran caudal de tropas, maquinaria, armas, hospitales, intendencia general... Solo 10 días después de la fecha marcada, cuando uno empezaba a pensar que todo había ido de farol, renació el horror. El sátrapa –ni lo nombro – se había percatado de que ese pequeño lapso de tiempo sería útil para tranquilizar o rebajar las represalias contra Rusia.

Por si queda alguna duda: NO A LA GUERRA. Victor Marguerite lo decía de otra manera: “Todos los males que la guerra pretende curar son menos espantosos que la misma guerra”.

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