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AL FRESCO

La fiesta de pueblo

Tenemos por delante una semana de celebración global y ya hay señales: los supermercados se van quedando sin hielo

Belén Hernández

Viernes, 11 de agosto 2023, 06:00

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Estamos a días de que la mitad de los salmantinos se sumerjan en las celebraciones patronales de sus pueblos y de que la otra mitad acudan como invitados. La semana que tenemos por delante es de celebración global y ya hay señales. Solo hay que ver cómo están los lineales de congelados de los supermercados: vacíos de bolsas de hielo. Ese efecto de hospital robado se extienden a los pasillos de las bebidas, un indicio claro de que se ha puesto en marcha el protocolo «fiesta de pueblo». Más que una tradición, es una herencia cultural que se replica década tras década con algún cambio que en el fondo no modifica nada.

El indicio de que algo hierve es que ya se han levantado las persianas de los de Bilbao, los de Sevilla, los de Francia y los de Barcelona, porque los de Salamanca capital ya se han adelantado para preparar la casa. Las peñas ya tienen el uniforme: camisetas, petos y hasta pañoletas para reforzar el sentimiento de grupo que en estas jornadas es mucho más fuerte. Un anuncio que se escucha este verano dice que «en el pueblo los primos se convierten en hermanos», pero es que en las fiestas con los que creas lazos fraternales son con los amigos que te sujetan la cabeza cuando te sientan mal los cubitos. Y es que no nos engañemos, todos vamos al pueblo en el que más se bebe, no conozco ninguno en el que se diga lo contrario.

Estas celebraciones son las que de verdad derriban las fronteras por edades. Estoy convencida de que los programas intergeneracionales se inspiraron en las fiestas de los pueblos, donde después de misa acabas bailando un pasodoble con el vecino de 80 años al son de la charanga del Soto o escuchando las canciones con estrofas picantes de los 60.

«Qué bonita es la amapola» y qué bien suena por las calles tocadas con los banderines con la enseña de España, pero tengo que reconocer que para mí una fiesta de pueblo no remata si no tiene toros o, mejor todavía, vaquillas. Qué pocas cosas se igualan a la ansiedad que genera el golpe seco que provoca al abrirse la puerta del camión en el que vienen las reses. Ese olor a vacuno y esa tensión a la salida, justo antes de que salte al ruedo «el Torerín» —porque en todos los pueblos hay un Torerín— con el capote que hace años le regaló Ortega Cano para lucirse delante de sus vecinos, que en el fondo están deseando que le coja aunque le aplaudan y le animen como si fuera Morante.

Lo que sí hay en todos los pueblos son verbenas, otra cultura en sí misma cuando llega el camión a estos pequeños municipios en los que casi todo el mundo se conoce. Al principio todo transcurre como una malva. Empezamos con música para los mayores, porque se van pronto a la cama. El «Follow the Leader» no falla antes del primer descanso, una canción que si alguna vez tuvo gracia, hace años que la ha perdido hasta para los niños de tres años que les gusta todo. Cuando la orquesta vuelve de nuevo al escenario llega el punto de inflexión entre el pasado y el presente. Empiezan las canciones de (este) verano. La cosa comienza a subir de nivel y al vocalista ya no le hace falta pedir al público que suba las manos hacia arriba o que haga mayonesa para levantar el ánimo. Ahí arranca la fiesta con mayúsculas, aunque todavía no hayan vuelto todos de las peñas o del bar. En el cierre de la noche siempre se incluye un homenaje al «Heavy» —porque en todos los pueblos queda un Heavy—, un compendio de metal con ritmos potentes que hace subir al personaje al escenario o quedarse solo dando saltos y melena al viento. Al día siguiente, y después de todo esto, llega la paella o la parrillada. Y es que, si en todos los pueblos se bebe mucho, se come todavía más. ¡Pásenlo bien, por favor!

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