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El morantismo

El morantismo

Santiago Juanes

Domingo, 16 de septiembre 2018, 06:45

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La liturgia en los toros lo es todo, y cuando digo liturgia digo también el ritual de formar parte del público o respetable. El viernes, sin compromiso profesional de ningún tipo, volví a sentarme en los tendidos flanqueado por el humo de un habano a la derecha y el olor a alcohol a la izquierda, como en los viejos tiempos. En los tendidos se opina, y también se manda, me comentó una vecina, convencida de que todos llevamos un director de lidia y hombre de confianza dentro, que lo sabe todo de los toros. Un tendido sin división de opiniones no lo es y tampoco se entienden los toros sin esa división. Después de años siguiendo a Leopoldo Sánchez Gil en los coloquios estoy convencido de que cada aficionado ve corridas diferentes. A mi lado tuve a una señora con acento sureño o quizá americano que no entendía que La Glorieta protestase a Morante de la Puebla, para el que se pedía el destierro permanente en algunas filas. En bastantes, diría yo. El de las patillas es una cruz que cargamos en la feria. Si el indulto del toro de Montalvo generó controversia, la segunda oreja a Juan del Álamo provocó un cisma en los tendidos. Así que cuando pasó a mi lado Valverde, uno de mis admirados toreros, me salió del alma decirle qué difícil es esto. Luego pensé que ser aficionado tampoco era fácil. No lo es estar callado en la plaza, ni tomar partido, ni carecer de pasión o devoción por tal o cual torero, ni fundirlo todo con láser. Tampoco es cómodo ser aficionado; uno se encuentra encogido sobre un asiento sobre el que no se ha pasado una bayeta en los últimos años. Un asunto sobre el que mi vecina me llamó la atención para que a su vez llame la de aquel a quien corresponda esa limpieza, ya pensando en la feria que viene y en lo que se paga por una entrada. Porque tampoco es fácil ser aficionado desde el punto de vista económico. La liturgia exige al salir de los toros tener claro que uno ha visto algo, porque ha ocurrido así, aunque no hayamos sido conscientes. Hasta de una mala tarde uno se lleva algo en la memoria. Por cierto, no fue una buena tarde de toros. Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA en Orbyt y Kiosko y más

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