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Imbécil

Imbécil

Román Álvarez

Domingo, 14 de octubre 2018, 06:45

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Las comparecencias ante diferentes comisiones de investigación suponen una vena inagotable de entretenimiento, y merecen todo un estudio en cuanto al lenguaje político se refiere. Digo entretenimiento porque lo bueno de cualquier cosa que nos entretenga es, precisamente, que no sirva para nada. Son patatas como con carne, pero sin carne. No es la primera vez que aludo a la pobreza expresiva de quienes deberían debatir en el hemiciclo sin tener que leer las notas preparadas por unos asesores no sé si bien pagados, pero me temo que mal preparados. Como consecuencia de ello, o no hablan o lo hacen sin ton ni son. Como decía Unamuno refiriéndose a Alcalá Zamora, hablan como el loro de Robinsón (en alusión a Robinson Crusoe, el personaje novelesco de Defoe que tal vez le suene a algún parlamentario algo más ilustrado). Por no hablar de los espectáculos circenses en el parlamento catalán, donde berrean, pastan y ramonean histriónicos logreros, aquellos a quienes un avezado periodista amigo mío denomina "subpolíticos", es decir, los herederos digitales/dactilares de Pujol, ahora convertidos en fatuos pedecatos, escasamente honorables, pero ávidos de comisiones, chantajes y corretajes. La pela disfrazada de patrióticos altruismos. Las inclinaciones xenófobas disfrazadas de ancestrales tradiciones culturales. El racismo disfrazado de espíritu identitario.La comparecencia de la ministra de Justicia fue iluminadora. Pero no más que la de Aznar, que estaba como ausente subido al podio de la superioridad, la indiferencia y el sarcasmo –sin humor, eso sí— o la de Cascos, a quien no se le movía una ceja negando como Pedro varias veces a pesar de las continuas provocaciones de un sujeto que, con el garabato amarillo en la solapa, hacía sobrado honor a su apellido. Ese parlamentario al que la insultada vicepresidenta le endilgó el epíteto de imbécil. Y zafio y machista, añadiría yo. Imbécil no es un apelativo propio del lenguaje parlamentario. Lo único que consigue la ofendida es otorgarle de forma gratuita un plus de protagonismo a quien va de díscolo y perdonavidas. Hay mucho defectivo de entendederas que acaba por creerse el propio personaje que interpreta. El necio de actitud chulesca siempre actúa con altanería, no lo olvidemos. La vicepresidenta tildada de palmera se levantó indignada haciendo caso omiso de las tímidas súplicas del aplatanado presidente. Ignoro si hubo guiño de ojo o no, y, en caso de haberlo, hacia dónde apuntarían las implicaciones de esa clave ocular. Al menos, no le sacó la lengua. Ni le mostró el dedo admonitorio. Ni se llevó la mano a la entrepierna. Pero comparecencia, comparecencia, la de la ministra de Justicia. Qué morbo. Qué garbo. Qué desparpajo. Qué jeta tiene la Lola. Eso sí es una Lola y no la de Café Quijano.

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