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Ignacio García Vidal, en las instalaciones de LA GACETA. GUZÓN
El deseo de los músicos profesionales para Salamanca

El deseo de los músicos profesionales para Salamanca

“Salamanca merece una sinfónica profesional”, señala el director de orquesta y musicólogo Ignacio García Vidal

Domingo, 9 de agosto 2020, 19:09

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Ignacio García Vidal dirigió durante 10 años la Joven Orquesta Ciudad de Salamanca (2001-2010). Aún le reconocen y le paran por la calle. Incluso con mascarilla.

–Sintió de pequeño la vocación musical.

–Nací en Cocentaina (Alicante), donde hay una tradición secular de bandas de música. Allí la música en la infancia es una de las actividades extraescolares más comunes. Y ese es mi origen: con 7 u 8 años comencé a tocar la flauta travesera en la escuela de música y en la banda de mi pueblo.

–¿Cuántos instrumentos toca?

–Flauta, piano y algo de percusión. Pero mi preparación más sólida es en Musicología, la parte más teórica, en la Universidad de Salamanca. Hay pocos directores de orquesta con formación universitaria, algo que a mí me posibilitó Salamanca.

–En Salamanca cursó dos licenciaturas.

–Quería estudiar mis dos vocaciones: la Comunicación y la Música. En 1998 Salamanca era de las pocas ciudades en España que me ofrecía esa posibilidad académica. Lo que no sabía entonces es que Salamanca me iba a ofrecer muchas cosas más.

–En Salamanca debutó como director de orquesta a los 21 años.

–Salamanca es muy importante para mí, a un nivel afectivo e íntimo. Desde los 16 años había dirigido bandas de música, pero la primera vez que dirigí una orquesta fue la del Centro Antonio Machado. Agradezco el apoyo en aquel momento de Víctor Moro, que ha hecho muchísimo por la música y la educación musical en Salamanca. Tuve la fortuna de que, con la Capitalidad Cultural del 2002, la orquesta del Colegio Antonio Machado se convirtió, tras un convenio con el Ayuntamiento, en la Joven Orquesta Sinfónica Ciudad de Salamanca (JOSC).

–Tras una década, la JOSC fue un gran amor del que se tuvo que distanciar.

–La Joven Orquesta estaba en lo máximo a lo que se podía llegar con los apoyos con los que contábamos en aquel momento. Sentí que se me habían agotado las posibilidades de crecimiento y yo solo tenía 30 años. Dejé Salamanca para buscar otros caminos de crecimiento. Fue una decisión difícil. Aunque Salamanca fue un “amor intenso”, de los que no se olvidan en la vida. Y ahora me reconozco mucho en Salamanca. Entonces ya estaba estudiando en San Petersburgo [se formó con los maestros Gribanov y Erzhemski] y, a la vez, dirigiendo mucho en Latinoamérica. Empezaba a ser reconocido en Argentina, Uruguay, Colombia y Ecuador. También había empezado a debutar con las orquestas sinfónicas españolas. Y esa carrera como free-lance corría mucho.

–¿La JOCS pudo dar el salto de amateur a profesional?

–Pilar Fernández Labrador, que es la político más sensible con la cultura que yo he conocido en mi vida, era una persona entusiasta que apoyó mucho la creación de la JOCS. Julián Lanzarote confirmó esa sensibilidad. Se podía haber canalizado toda la energía de la JOCS, que pasó de ser una orquesta de niños a tener en 2010 una temporada con todos los parámetros de la profesionalidad y la calidad, para que Salamanca tuviera hoy una orquesta profesional. Por su cultura, Salamanca merece tener una orquesta sinfónica profesional, pero es valorable que tenga una Joven Orquesta Sinfónica. Yo creo que Salamanca tiene mucho que hacer aún en el campo de la música. Ha cultivado mejor otros campos del arte y el patrimonio. Desde tiempos de Gombau y de Bretón, la música siempre ha sido la hermana pequeña de la cultura en Salamanca, salvo quizá en los periodos de Juan del Enzina, el Renacimiento y el Barroco. A mí, que estoy en el mundo de la música, no me llega ninguna noticia procedente de Salamanca. Lo digo con pena. La ciudad merecería tener una buena temporada de conciertos, una temporada de ópera, de conciertos de cámara... Una ciudad tan sensible con el saber y la cultura no acaba de dar el paso para reconocer la música como una profesión y la entiende casi como un trabajo amateur.

–¿En qué momento de su trayectoria pensó que quería ser director de orquesta?

–En mi pueblo, con 13 o 14 años y con la flauta. Tenía que dar una entrada y marcar al resto de compañeros de un quinteto de viento. Intuí que mi modo de entender la música era más intenso desde la dirección que no desde el instrumento. Luego estudié cursos de verano con Enrique García Asensio y en muchos lugares de España, pero es en Salamanca donde encontré la posibilidad de canalizar toda esa energía. Y a los 25 años, con la JOCS, había dirigido 80 conciertos, grabado dos CDs y tocado en varios países. Salamanca me confirmó en el camino que yo deseaba, gracias a darme oportunidades. Me siento un absoluto privilegiado. Fui un joven de fuera que encontró grandes oportunidades en Salamanca.

–Ahora trabaja mucho en Latinoamérica. ¿Cómo trabó esa relación?

–En 2003, con 24 años, debuté en la Filarmónica de Montevideo, en Uruguay, porque en un viaje personal anterior me llevé una mochila llena de currículums para las orquestas que yo conocía. Entonces yo tenía el valor de la juventud y de alguien que se quería comer el mundo. Me dieron una oportunidad en Montevideo. Desde ahí empecé a dirigir otras orquestas de Latinoamérica. Y ahora paso algunos meses en Buenos Aires y Montevideo, y otros meses en España.

–Acaba de volver a dirigir a la Sinfónica de Murcia en Cocentaina.

–Ha sido como empezar de cero. Mi primer concierto con la orquesta Antonio Machado fue en la iglesia de María Auxiliadora. Y el concierto de Cocentaina fue un flash-back sentimental. Estamos sintiendo, muchos colegas y yo, que el formato del concierto de música clásica se acaba. Estamos hondamente preocupados, no por el trabajo, sino porque se desmorone un modo de entender la música clásica. El concierto de Cocentaina fue una regresión emocionante, también para los músicos, pero todo fue diferente, con un concierto muy profiláctico, con mascarillas y los músicos separados por mamparas. Y también fue desagradable porque lo que uno recibía de la música era siempre el contacto más humano, cercano y físico. Si el mundo de la música va a ser esto, no sé si quiero dedicarme a ello: si no podemos estar cerca del público, la música pierde su valor porque la música es un lugar de encuentro entre seres humanos.

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