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Galván (30 años) se entretenía ayer en lanzamientos desde la frontal del área al término del entrenamiento del Salamanca UDS en Las Pistas, con Jon Villanueva y Moha como esparrins. Le pararon todo. «Hay que afinar...», me dice con una muesca traviesa nada más meter el último de los balones en la bolsa, que no en la portería.
El crack mexicano vuelve a pensar en fútbol después de la odisea de 72 horas vivida en sus propias carnes, pese a estar a más de 9.000 kilómetros de distancia de Acapulco, su ciudad natal, epicentro del huracán Otis, que a día de hoy suma —según los últimos datos recogidos por agencias— 46 muertos y 58 desaparecidos. Por delante, además, un reguero incontable de casas derruidas; aplastadas por la fuerza del viento y el agua, entre ellas, la suya. «Ha sido terrorífico. Me he tirado tres noches sin casi poder dormir. Por lo que puede ver y por lo que me han contado ha sido una de esas tragedias naturales que uno ni se explica ni se imagina que pueda llegar a pasar. Pero nos pasó», abre un relato en el que tanto su padre como su madre han estado tres días sin poder dar signos de vida. «Afortunadamente ya todo está bien. La familia está bien, la salud está bien, y ahora luchamos con el tema anímico de la preocupación por la casa», en la que se crio y en la que ya no quedan casi recuerdos, porque el huracán se los ha llevado.
A Galván se le encoge el corazón contando que sus padres lo han perdido casi todo. Pero más cuando rebobina y se ubica en el momento justo en el que le llega la voz de alarma: «No localizamos ni a papá ni a mamá», le dijeron sus hermanas. En este momento comenzó la búsqueda de una aguja en un pajar a la desesperada —Acapulco, ubicado en la costa del Pacífico, cuenta con cerca de 800.00 habitantes— a base de llamadas y mensajes en busca de noticias «buenas o malas»: «Todo ha sido muy difícil porque las comunicaciones quedaron cortadas, se han perdido la mayoría de postes de luz y antenas de telefonía.
De verdad que han sido 72 horas de angustia, de no poder parar de pensar en si tus padres estarán bien o les habrá pasado una desgracia. Gracias a dios, yo presentía muy dentro de mí que estaban bien, sabía que los íbamos a localizar. Y así fue, estos días he hablado mucho con mis hermanas y con familiares y, finalmente, fue un tío mío, que vive en Ciudad de México, el que consiguió localizarlos, después de ir preguntando casi de casa en casa, puerta por puerta, si alguien sabía de ellos. Los encontró en casa de una tía, que vive en el mismo barrio en el que vivimos, a unos 30 minutos andando».
En ese punto se ve obligado a cortar el relato: «He sufrido muchísimo», se sincera. Traga saliva. Y vuelve a la carga, como antes con los disparos a portería: «Por lo que sé, el primero de los tres días estuvieron refugiados en el cuarto de baño de nuestra casa con los perros, porque era el único lugar seguro. El resto del techo de la vivienda se lo llevó el huracán. Allí estuvieron hasta que la tormenta pasó y, a partir de ahí, empezaron a buscar dónde ir. En la casa de la tía se le abrió la luz. Y ahí han estado con ella hasta que los localizamos, con lo puesto, buscando comida y cobertura para dar señalas de vida».
Con sus padres ubicados en el mapa, sanos y salvos, sus dos hermanas —que como el tío que los halló también viven en Ciudad de México, a 421 kilómetros del epicentro de la catástrofe natural— cogieron el coche y sin pensarlo emprendieron un viaje «infernal, por todo el problema de comunicaciones y retenciones que han encontrado» de casi cinco horas y media de ida y otras tantas de vuelta.
Con sus padres ya a salvo se le ha abierto un nuevo frente: «La preocupación que ellos tienen por su casa, claro». «Me duele mucho verlos tan tristes porque se han quedado sin algo que se ganaron con su trabajo. Todos nuestros recuerdos como familia se han borrado, han salido por los aires. Y eso duele; y pesa», dice con cierta rabia. «Sólo les queda a ellos y a todos salir hacia adelante. Va a ser muy difícil, porque Acapulco es una ciudad turística, como lo es Salamanca, y sin turismo estamos muertos. Se van a perder trabajos, no va a haber dinero... Toda pinta mal. Ojalá que no sea así».
«Pero bueno, hablemos de fútbol. ¿No? Tengo ganas ya de sólo pensar en eso porque la verdad que he tenido semanas muy raras en todos los sentidos. Primero buscando que mis hijos se acoplen a la vida de aquí, y luego con esto. No tengo una semana normal hace mucho tiempo», concluye.
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